Image: La almoneda del siglo

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Exposiciones

La almoneda del siglo

13 marzo, 2002 01:00

Izqda., detalle de la conferencia de Somerset House, de Pantoja de la Cruz. National Portrait Gallery (Londres). Centro, Van Dyck: La contingencia de Escipión. Christ Church (Oxford). Dcha., Correggio: Educación de Cupido. National Gallery (

Museo del Prado. Paseo del Prado, s/n. Madrid. Hasta el 2 de junio

La liquidación en almoneda de la gran colección de cuadros de Carlos I de Inglaterra y de sus cortesanos, es el tema de esta exposición, que reúne más de sesenta obras maestras de Rubens, Van Dyck, Velázquez, Tiziano o Veronés, nos revela la orientación del gusto del rey Felipe IV e ilumina los orígenes de las colecciones del Museo del Prado.

La historia de Carlos I de Inglaterra suena como el libreto de una ópera romántica. Mirando su retrato pintado por Mytens podemos preguntarnos cómo ese príncipe tímido y grave se convirtió en el monarca arrogante que conocemos por el retrato posterior de Van Dyck. Qué obstinación ciega inspiró su reinado turbulento y le condujo finalmente al patíbulo. Pero entre los pliegues de esa historia agitada se esconde otra historia: la de una gran pasión por el arte y una inmensa colección de pinturas, que se hizo y se deshizo en poco más de veinte años. Al comienzo y al final del drama acecha entre bastidores la monarquía española.

El guión de este drama lo ha escrito Jonathan Brown en su libro El triunfo de la pintura (Nerea), un estudio esencial sobre el coleccionismo europeo en el siglo XVII. El mismo Brown, junto con el historiador John Elliott, es ahora el comisario de esta exposición, coordinada por la conservadora del Prado Judith Ara, que entreteje la historia del arte y la historia a secas. La primera sala nos sitúa en 1604, con la firma del tratado de paz entre Inglaterra y España. En los retratos de Pantoja de la Cruz tenemos la imagen insólita del encuentro entre dos Estados que habían sido y volverían a ser feroces enemigos. Pero la verdadera trama comienza veinte años después. Cuando Jacobo I de Inglaterra proyecta casar a su hijo, el príncipe Carlos, con una infanta española. En febrero de 1623, Carlos y el duque de Buckingham viajaron por sorpresa a Madrid, ante el asombro de la corte española, que no esperaba aquella visita. Aquí están los protagonistas, retratados por Van Dyck y Velázquez, de aquel proyecto de enlace que estaba condenado a fracasar. Pero del fracaso político, de nuevo como en una ópera romántica, puede surgir el triunfo del arte: en Madrid, el príncipe Carlos admiró pasmado la mayor pinacoteca de Europa, la de Felipe IV, y concibió el deseo de emularla, de formar su propia colección.

Carlos gobernó despreciando el deseo de libertad religiosa y civil que crecía incontenible en Inglaterra y Escocia. Libró una guerra contra su propio pueblo y pagó su error con la vida. El 30 de enero de 1649 fue decapitado ante su palacio de Whitehall. Después de su muerte, los parlamentarios pusieron su colección (formada por más de 1.500 cuadros) en almoneda. Hacia la misma época se liquidaban además en los Países Bajos tres grandes colecciones de la aristocracia inglesa: las de Arundel, Buckingham y Hamilton. A aquellos fabulosos saldos concurrieron los grandes coleccionistas flamencos, franceses y sobre todo, y es el tema de esta exposición, españoles, con el rey Felipe IV a la cabeza, que así pudo aumentar considerablemente los tesoros artísticos que había heredado.

Lo consiguió gracias a la diligencia de dos funcionarios. Gracias a su embajador en Londres, Alonso de Cárdenas, quien, respaldado por el ministro Luis de Haro, supo adquirir las mejores piezas de las colecciones de Carlos y del cortesano Arundel. Aquí están los Tiziano, Venus y el organista y La alocución del marqués del Vasto, y los Veronés, Jesús y el centurión y el Joven entre el vicio y la virtud, que hablan de la predilección de la corte española por la pintura veneciana. Son cuadros que están siempre en el Prado, pero que emergen ahora bajo una nueva luz. Colgados juntos, el monumental Lavatorio de Tintoretto y la pequeña tabla del Tránsito de la Virgen de Mantegna, aparecen como maravillas paralelas de perspectiva, de creación espacial. En el centro de la galería, dos obras maestras de la National Gallery de Londres: la Educación de Cupido de Correggio y la Alegoría de la Paz y la Guerra de Rubens. Junto a Cárdenas, otro español, Alonso Pérez de Vivero, conde de Fuensaldaña, alto funcionario de la corte de Bruselas, jugó un papel decisivo en esta historia; en 1651 envió a Londres a David Teniers para comprar pinturas. Al final del recorrido, en la rotonda, están algunos de los cuadros que consiguió, como el retrato de Daniele Barbaro de Tiziano o el Sacrificio de Isaac de Veronés. Y los Van Dyck: el San Francisco y el ángel, el retrato de Martin Ryckwaert, de aliento casi rembrandtiano, o esa espléndida Continencia de Escipión, venida de Oxford, con su brillante soltura de color y de ejecución.