A. Gürnemann
Sin título, 2002
La pintura de Alejandro Gürnemann (Madrid, 1964) ha cambiado desde que pudiera verse su última exposición madrileña, en 1999. En este tiempo, el artista ha ajustado sus fuerzas en pos de la pura expresión pictórica y del manejo del recurso únicamente formal y plástico del acrílico, a formatos más pequeños y estructuras visuales aún complicadas pero más esqueléticas y ceñidas al trazo. El color también se ha ralentizado, estabilizándose en cierta pastosidad opaca que sigue admitiendo las veladuras, los pliegues y las masas que fluyen lentamente, pero cuyo brillo se ajusta mejor a la dimensión interior del cuadro: al mundo en él guardado. Estamos ante una pintura que explora las profundidades de volcán del interior de la tela. Sus formas beben de un expresionismo de trazado medido y, con la apariencia caótica de torbellinos, provocan sensación de caída y un vértigo de espacios sin volumen detrás del cristal. Todo en un juego habilidoso con las posibilidades del contraste. Pintura escurridiza que captura la mirada desde su franca mentira. Abstracciones que experimentan con las posibilidades del artificio pictórico y luego se pierden y se vuelven pulsación irracional, devoción por la curva: arruga viva congelada.