Barceló o la vida detenida
Cuatro mujeres sentadas, 2005
La sala Kubo ha querido conmemorar su quinto aniversario mostrando en primicia la obra reciente del pintor español vivo más cotizado en la actualidad. Todo un tanto en los parámetros en que se mueve cierta concepción del arte, reforzado por el hecho de tratarse de la primera exposición en el País Vasco. Veintidós óleos recién traídos del taller que el pintor posee en Ferrutx, Mallorca, exhibidos junto a una serie de acuarelas pertenecientes a su última estancia en Mali y algunas piezas escultóricas dispersas por aquí y allá.La localización geográfica, el estudio donde se refugia para crear su obra, parece tener una gran influencia en la producción de Barceló; cada cambio de estudio (tiene cinco, repartidos por el mundo) supone un cambio de línea, marcando una nueva etapa en su creación. Esta última serie supone una vuelta a lo monocromo, algo de lo que quiso huir refugiándose en Mali, país al que se fue, según sus palabras "porque mis cuadros se parecían al desierto. Y una vez en el desierto empecé a pintar con colores".
La selección de piezas que puede contemplarse en la sala Kubo ilustra de manera clara esta percepción del artista, aunque la serie que motivó el primer viaje a áfrica data de finales de los ochenta. A las pinturas de gran formato, casi monocromáticas, se contraponen, en una sala aparte, las últimas acuarelas, saturadas de color, realizadas en Mali.
El punto de partida de su producción mallorquina son las hojas de papel de periódico, que forman una base sobre la que el pintor extiende una gruesa capa de pintura blanca. Las imperfecciones de la capa permiten, a modo de palimpsesto, vislumbrar la hoja de periódico, en una especie de anclaje en la realidad cotidiana. Sobre esa capa, en cuyos bordes asoma, en algunos casos un segundo fondo de color plano, se extiende el mundo personal de Barceló. Un mundo, que, en esta serie, se centra en elementos del universo marino, y que va desvelándose poco a poco, conforme el espectador descubre formas y establece relaciones. Pulpos, conchas marinas, algas, forman el vocabulario visual de este fondo marino que se extiende sobre los grumos de la pintura. Barceló desarrolla una pintura obsesiva, en la que el proceso reviste una gran importancia, tanta como el desarrollo de una iconografía marcadamente autobiográfica, donde queda plasmada su relación con el mar, tanto durante la infancia como en la actualidad. Los cuadros incluidos en Las formas del mundo desarrollan el utilizado en obras anteriores, como el retablo de la catedral de Palma de Mallorca, donde esos mismos elementos conforman lo que Rafael Argullol define en el texto introductorio del catálogo como "un descenso profundo" en el que Barceló va horadando capas de existencia para sumergirse en mundos "sólo vislumbrados, quizá soñados, quizá temidos".
Pero ese re -curso a lo informe, lo sugerido, se transforma en observación silenciosa de lo vital en las acuarelas de la ya larga serie africana. Efectivamente, son los talleres, aunque para ser preciso habría que decir los entornos, y las actitudes vitales que desencadenan, lo que marca la obra de un Barceló que es cada vez alguien distinto, según la tierra que pise, según la luz que lo rodee. Es, sin duda, un pintor autobiográfico, que plasma en sus cuadros sus diferentes estados emocionales y la reacción a cada situación vital. Si en lo que denominamos Occidente es el interior del artista lo que sale al lienzo, Mali, con su luz cegadora y su calor, que seca los pigmentos, lo convierte en un observador de la vida y sus pequeñas cosas: las mujeres que van, o vuelven del mercado, con sus túnicas de colores vivos y la carga sobre la cabeza. O que lavan la ropa a la orilla de esa agua africana que es, a la vez, fuente de vida y camino a ninguna parte. Alguien que mira lo cotidiano aislándose de ello; obviando las moscas y los niños o la temperatura sofocante. A orillas del río Níger, o en cualquier mercado de Gao, Barceló intenta, simplemente, detener la vida.