1:1, 1:10, 1:100, 2010
La exposición que Simon Starling (Epsom, Inglaterra, 1967) ha preparado para el CAC Málaga, reúne seis trabajos anteriores desarrollados durante la última década y una gran instalación concebida para la ocasión. La pieza central es 1:1, 1:10; 1:100, una maqueta a escala del edificio fabricada con los propios tableros de madera de la sala, que a su vez contiene otra más pequeña en su interior. Un mise en abîme que significa la obra dentro de la obra, un juego de matrioskas rusas que nos muestra aquello que no advertimos habitualmente. Bien sea la estructura desnuda de los pilares, que quedan al descubierto; bien la historia reciente del centro, que se nos aparece como estratos arqueológicos superpuestos: el museo, antiguo Mercado de Mayoristas, fue un encargo de la administración franquista al arquitecto Luis Gutiérrez Soto, una construcción racionalista que ahora vuelve a ser repensada.El francés Antoine Laurent Lavoisier, padre de la química moderna, estableció en el siglo XVIII una máxima para referirse al tránsito de energía en la Naturaleza: nada se crea, nada se destruye, todo se transforma. Esta sentencia se ha convertido en uno de los ejes centrales del corpus creativo de Starling, a quien fascinan los procesos que sufren tanto los objetos como las ideas. La red de vínculos que establece entre significados, hechos y lugares aparentemente dispares, acaba desencadenando una trama de relaciones conceptuales que nos obligan a reconsiderar nuestra posición en el entorno. En One Ton II, una serie de cinco platinotipos hechos a mano, muestra el yacimiento del que se obtendrá el mineral que sirve para revelar las fotografías que vemos. El platino es aquí principio, medio y resultado; es a la vez una representación y su realidad física. Además, con un método de producción artesanal como éste, el artista hace referencia a una explotación industrial y al mismo tiempo está alertando sobre el abuso medioambiental que suponen estas minas.
En esta línea, el inglés también exhibe tres uranotipias donde no aparece una bomba, sino un montaje con dos esculturas de Henri Moore colocadas en sitios tan alejados como Hiroshima y Chicago. El sentido de cada una de ellas es contradictorio: una conmemora la primera reacción nuclear obtenida con éxito en Estados Unidos; la segunda es un homenaje a las víctimas del fatídico ataque atómico. En D1-Z1 (22,686,575:1) aprovecha los actuales progresos en animación que se llevan a cabo en Berlín para recrear el interior de unos de los primeros ordenadores conocidos y lo exhibe con un proyector de 35 mm de mediados del siglo XX hecho en Dresde. De nuevo cierra el círculo con el inicio y el final.
Cuando Starling ganó el premio Turner en 2005, uno de sus proyectos fue una bicicleta ecológica propulsada por hidrógeno con la que hizo un viaje por el desierto de Tabernas, en Almería. Junto a ella, mostró una acuarela de un cactus que dibujó recurriendo al único producto residual que pudo obtener de su vehículo de dos ruedas: el agua. Como dice la famosa canción de Jorge Drexler: nada se pierde, todo se transforma.