Balthus: La calle, 1933

Comisario: Kenneth E. Silver. Patrocina: Fundación BBVA. Museo Guggenheim. Abandoibarra, 2. Bilbao. Hasta el 15 de mayo.

Bilbao muestra el arte de entreguerras, desde el fin del cubismo hasta la pintura más política del nazismo o del fascismo

Esta poderosa exposición constituye una revisión del proceso de las artes en una de las etapas más difíciles de la historia: el tiempo de entreguerras, cuando artistas y teóricos se debatieron entre el "caos" rupturista de las vanguardias y el "nuevo orden" de la retórica clásica. Kenneth Silver, comisario de la muestra, acierta orientando la exposición hacia la vertiente menos estudiada: las aportaciones efectuadas por el clasicismo a la estética de la modernidad.



La exposición se abre con una introducción que muestra un largo friso con los expresionistas dibujos de Otto Dix sobre La guerra, contrapuestos aquí a la rotundidad clasicista de las majestuosas y brillantes esculturas en bronce de los franceses Maillol (Île-de-France) y Guénot (Juventud), así como del alemán Hiller (con su cálida y sublime Figura femenina de madera). Este choque visual entre iconos gráficos de muerte y destrucción, y esculturas dotadas de la armonía atemporal de "lo eterno", evidencia cómo en la Europa de entreguerras se alzó un movimiento estético purista que contradijo el talante subjetivo y romántico de las vanguardias iniciales del siglo XX (expresionismo alemán, cubismo parisién y futurismo italiano), y propugnó, en cambio, como valores imprescindibles la vuelta al orden y la recuperación del oficio, junto a los criterios de armonía, claridad, proporción y serenidad.



Clasicismo intelectual

Planteada como un recorrido intelectual por el "clasicismo renovador", la exposición ordena sus fondos excelentes -150 obras de 98 artistas- en secciones temáticas. La primera trata del arte que buscó "Un yo más perdurable" frente a la transitoriedad de la vida, y destaca la labor de pintores que, como Bissier o Phocas, reproducen en sus cuadros estatuas clasicistas para convertir a los personajes retratados en arquetipos del ser humano. La siguiente sección analiza la actitud que adoptó "La vanguardia de cara al pasado", destacando cómo Picasso (Mujer en una silla, Tres bañistas) y Braque (Canéforas) cerraron su experimento cubista y apostaron por "pinturas sublimes" de mujeres mediterráneas vestidas a la griega.



Un paso más y -en "Locos por el clasicismo"- la exposición evidencia cómo la Antigüedad significó cosas diferentes para artistas diferentes (la "romanidad" de la escultura de Gargallo, yuxtapuesta al gusto por lo etrusco de la estatuaria de Martini), mientras el clasicismo abarcaba el universo rutilante de las artes decorativas, el diseño de la moda y el cine, proyectándose un fragmento del filme mágico de Cocteau La sangre de un poeta. A su vez, el capítulo "Cuerpos clásicos, nueva humanidad" pondera la idealización del cuerpo efectuada por artistas del purismo, como Kolbe y el propio Léger, o por "primitivistas" italianos, como Campigli y Oppi, al tiempo que la sección "Los constructores" se fija en la creatividad sobre "lo clásico" de los diseños de arquitectura y muebles de Le Corbusier, Van der Rohe y Terragni.



Hasta el lado oscuro

La amplitud de la propuesta atiende a la intención de "Hacer clásico lo cotidiano" a través de los géneros del bodegón y el retrato interpretados por los grupos Nueva Objetividad alemana (Hofer) y Novecento italiano (Morandi). Surgió asimismo un creciente afán narrativo, centrado en la "Escenificación" del cuerpo -en contraposición positiva sobre la mente-, remodelando imágenes del deporte (Janesch), la lucha (De Chirico) y la comedia del arte (Severini y Derain). La sección de cierre apunta al "Lado oscuro del clasicismo", aludiendo al uso político que el nazismo y el fascismo hicieron de la pintura de Sironi y Ziegler, de la escultura de Martini y Kolbe, así como del cine, proyectándose fragmentos del bellísimo documental realizado por Riefenstahl sobre la Olimpiada de Berlín de 1936.