Jugada a 3 bandas, a tres creadores emergentes una reflexión plástica sobre el museo como institución que ablanda en formol las prácticas artísticas agitadoras, y sobre la gloria y la fama del creador, posteridad durable y celebridad contemporánea. Ariadna Parreu (1982), en línea con esa aún breve y jugosa producción suya que se apoya en las matemáticas y la estadística de lo cotidiano, amontona en seis segundos de vídeo rostros de cien artistas de una lista de The Times sobre los mejores del s. XX. Burla sobre la celebridad en un semblante múltiple que a su vez es un juego mental y una obra de arte óptico visualmente magnética.
A su vera, los dibujos en acrílico, lápices y acuarela sobre papel de embalar ¿cuadros?, en que Pedro Luis Cembranos (1973), observador de los sistemas que configuran la identidad individual y colectiva, presenta tres visiones distópicas del museo: bombardeado, derruido y abandonado. O sea: como cualquier edificio pasado cierto tiempo. Y en la instalación de Rui Calçada Bastos (1971) una voz lee en bucle los nombres-siglas de centros de arte del mundo impresos a lo largo de la sala, en una cacofonía sonora y visual ordenada que supera su solemnidad para alcanzar la apoteosis de lo ridículo. Desfile, pues, de la ya sabida inútil consagración del apellido en el tiempo y el museo. Y tres perspectivas de la futilidad de los esfuerzos más allá del mero trabajo artístico. También ellos enuncian más en su esfuerzo y búsqueda personal mediante la forma que en sus contenidos y resultados.
Virginia Torrente ha propuesto, para
A su vera, los dibujos en acrílico, lápices y acuarela sobre papel de embalar ¿cuadros?, en que Pedro Luis Cembranos (1973), observador de los sistemas que configuran la identidad individual y colectiva, presenta tres visiones distópicas del museo: bombardeado, derruido y abandonado. O sea: como cualquier edificio pasado cierto tiempo. Y en la instalación de Rui Calçada Bastos (1971) una voz lee en bucle los nombres-siglas de centros de arte del mundo impresos a lo largo de la sala, en una cacofonía sonora y visual ordenada que supera su solemnidad para alcanzar la apoteosis de lo ridículo. Desfile, pues, de la ya sabida inútil consagración del apellido en el tiempo y el museo. Y tres perspectivas de la futilidad de los esfuerzos más allá del mero trabajo artístico. También ellos enuncian más en su esfuerzo y búsqueda personal mediante la forma que en sus contenidos y resultados.