Work n° 247 Half the Air in a Given Space, 2000
No debería extrañarnos que ante los trabajos de Martin Creed (Wakefield, 1968) muchos espectadores se sientan como si estuviesen en el medio de un chiste. En efecto, en ellos se evita decir más de lo necesario con el fin de proteger la sorpresa. Para acceder a estos precisamos de tiempo y memoria, algo así como el cine y los dibujos animados necesitaron para escenificar que una monda de plátano en el suelo implica mucho más que basura y nosotros, espectadores, nos reímos antes de que el acontecimiento suceda. Martin Creed, como si tratara de construir un gag, mide sus palabras y sus actos, procurando decir lo que quiere decir con menos explicaciones de las necesarias, pero anunciando la presencia de un suceso. Lo hace buscando el lado emocional de lo lúdico, generando una obra optimista como cuando presentó un neón con la frase Everything is Going to Be All Right (Todo va a salir bien).En este caso, se trata de una invasión de globos azules que se precipita hacia nosotros una vez accedemos a la planta baja del MARCO. Su título, Work No. 247 Half the Air in the Given Space (La mitad del aire en un espacio dado), explica cómo Creed genera un proceso de materialización de la mitad del aire contenido en ese lugar para trabajar la alteración de lo perceptivo en un espectador que se ve obligado a recorrer el espacio concentrado en esa experiencia física. Se establece así una relación entre lo que contiene (la arquitectura), lo contenido (la mitad del aire) y lo que se mueve o fluye (los globos y el tiempo). Como en una canción, las instrucciones y la partitura condicionan pero no definen la interpretación definitiva, ya que ésta puede ser ejecutada de infinitas formas o maneras; un mismo argumento dibuja distintas historias, como en otros trabajos de Creed donde, por ejemplo, distintas personas vomitan o defecan.
Los trabajos de este artista y músico británico -creó su propio grupo en 1994- se declinan desde lo emocional, como si sintiesen la necesidad de desmaterializar la experiencia de lo cotidiano. Tal vez por todo ello insista en trabajar con cosas que nunca están terminadas, enfatizando el proceso, una acción capaz de suceder delante de quien observa y de pronunciarse antes y después de la acción misma. Como en la música, Creed quiere que en el arte las cosas transcurran en el tiempo, que se interpreten, de ahí que confiese sentirse más cómodo hablando de "trabajos" y no "arte". Así, en una entrevista reciente con Tom Eccles, señaló lo siguiente: "Me gusta la música porque está en el aire, en todas partes… por todos lados, y no en un lugar concreto". Pienso entonces en los interrogantes que plantea el filósofo y musicólogo Peter Szendy, en cómo una simple melodía que parece venida de todas partes o de ningún sitio puede acompañarnos como si fuese un gusano en el oído y entiendo que Creed considere su faceta de compositor, músico y autor inseparable de su trabajo como artista visual. Por todo ello, actuó con su banda el día de la inauguración y completa esta exposición con partituras y notas de sus reducidas y repetitivas melodías. Pero, sobre todo, es preciso entender esa relación para comprender cómo sus obras se pueden repetir infinitas veces, en distintos lugares y museos, y cada interpretación será radicalmente distinta.
En palabras de la comisaria de la exposición, Carolina Grau, "en los últimos años, las actuaciones en vivo de Martin Creed & his Band han ido evolucionando hacia Variety Performances, donde entrelaza diversos medios y lenguajes (orquesta, danza, vídeo, charlas, ballets, mímica) difuminando la línea divisoria entre música y arte, entre distintos géneros y experimentando con ellos en teatros, auditorios, museos, clubes o universidades". En ese contexto hay que entender la obra, también presente en la muestra, Work No. 189 Thirty-Nine Metronomes Beating Time, one at Every Speed (39 metrónomos marcando el tiempo, cada uno a su velocidad), donde cada metrónomo marca su tiempo a distinta velocidad reproduciendo todas sus velocidades.
La primera versión de esta pieza que podemos experimentar ahora en Vigo en su primera exposición individual en España, sitúa al espectador en una tierra de nadie donde se persigue un acontecimiento que se deja huir, suceder, devenir. Podríamos entender que configura una suerte de desafío lúdico de cara al espectador más pasivo de lo plástico. La obra sucede mientras observas. Es, por tanto, la experiencia del tiempo, la sensación de encontrarse dentro de la obra y no simplemente mirando su fachada. Algo así como sucedía con la obra con la que ganó el prestigioso premio Turner en 2001, y que consistía en que las luces del espacio se encendiesen y apagasen siguiendo una cadencia temporal establecida previamente. Otra vez la musicalidad; otra vez el proceso.
Por todo esto, Martin Creed es uno de esos artistas amado y seguido por muchos otros artistas de generaciones posteriores, fascinados por esa conexión con la vida contemporánea, aunque para muchos otros su obra siga pareciendo un chiste. Seguramente la clave esté en ser capaces de contener la mitad de ese aire en el espacio del arte y aprender a convivir con ello definitivamente.