Ventana, 2011

Galería La Caja Negra. Fernando VI, 17 2°-I. Madrid. Hasta el 30 de mayo. De 1.960 a 25.208 euros.

Para Regina Silveira (Porto Alegre, Brasil, 1939) la práctica del arte tiene su principio y su instrumento fundamentales en la mirada. El arte es, para ella, "un reconocimiento de que el acto de saber ver equivale a un hacer, a una construcción cultural compleja, cuyo resultado, la obra de arte, constituye una estética ampliada, la cual se posiciona -como visualidad- en la frontera entre las artes plásticas y los iconos del imaginario social". Por lo tanto, el trabajo de Silveira se ha apoyado siempre, desde sus comienzos profesionales en la década de 1970, en la apropiación y la mezcla de diversos medios de la industria de la imagen, desde los recursos gráficos y fotográficos, hasta los del vídeo y la imagen digital.



Con esos recursos Silveira obtiene iconos visuales de objetos comunes, interviniéndolos luego por medio de técnicas creativas del dibujo, el silueteado, la sombra y la perspectiva. Los resultados de este trabajo complejo -cargado de sorpresas de poesía y de un humor un punto surrealista- se presentan en formatos diferentes: obras sobre papel, piezas murales, intervenciones arquitectónicas, instalaciones, publicaciones alternativas, video-proyecciones y mail art. Así lo comprobamos en esta exposición bien seleccionada, estimulante y bastante completa que le dedica la galería La Caja Negra.



Las obras elegidas por la propia Silveira para esta muestra abarcan el conjunto de su trayectoria, recorrida por la idea de lo gráfico, pero llena de diferencias técnicas y de matizaciones estéticas. Aquí tenemos testigos tan expresivos de la primera fase de su actividad como lo son las litografías de la serie Juegos de arte (1977), donde la artista recurre a sistemas propios de los entretenimientos gráficos populares (los siete errores, el rompecabezas, el dibujo punto-línea, el laberinto) para que el espectador analice y recomponga con su mirada la iconografía de obras tan conocidas como El Guernica.



De la década siguiente encontramos aquí una suite especialmente sutil, la titulada Topo sombra (1983), en la que la artista, por una parte, utiliza ya imágenes fotográficas "apropiadas" a sus grabados (mezclando, en este caso, fotos y litografías), y, por otra parte, coloca en vertical esos iconos fotográficos (que, en esta ocasión, son de un mismo par de zapatillas) sobre las sombras, agigantadas y dispuestas en horizontal, de unos instrumentos cortantes (hoja de afeitar, tijeras, tenazas y un sacacorchos). Con ello Silveira ensaya sobre los efectos visuales que se producen al conjugar objetos y sombras de configuración muy diferente, al tiempo que descubre cómo las sombras crean en el espacio la realidad de unos "lugares aparte" para los objetos. Y de las obras más recientes de Silveira destacan en la exposición los diversos murales de imagen digital (maravillosos los titulados Ventana y Derrape, de 2011), "dibujados" en negro intenso y presentados como recortables (plotter y vinilo adhesivo), que el espectador puede adquirir en cajas para realizar su montaje en lugares o arquitecturas de su propia elección. Como en el sueño cambiante de una fábula nueva del espectador y el artista.