Brancusi: Princese X, 1915; al fondo, Serra: Puntal de ángulo recto, 1969
Son dos de los escultores más relevantes del siglo XX: Constantin Brancusi y Richard Serra se enfrentan como en un duelo de titanes en una exposición emocionante. Procedente de la Fundación Beyeler de Basilea, donde ya pudo verse este verano, la muestra reúne en el Museo Guggenheim de Bilbao, hasta el próximo 15 de abril, medio centenar de piezas que representan la conquista de luz de Brancusi frente al dominio del espacio de Serra.
La idea del comisario Oliver Wick se sustenta en la respuesta del escultor norteamericano al historiador vienés Friedrich Teja Bach, cuando en 1975 le preguntó si en sus inicios Brancusi le había orientado de alguna manera concreta. "Estaba interesado en el hecho de que la superficie, la masa y el volumen de esculturas como la Columna sin fin, los Gayos y las Cariátides eran de bordes perfectamente acabados. Las piezas estaban dibujadas, quería tenerlas de modelo y dibujarlas para comprenderlas". Y, en efecto, entre 1964 y 1965, Serra pasó varios meses en París dibujando las obras contenidas en el estudio que Brancusi donó al estado francés y que había sido reconstruido en el Museo de Arte Moderno. En 1969, realizó Castillo de naipes, incluida en la exposición, una pieza que "retrospectivamente parece influida por el dibujo de piezas de Brancusi en las que la verticalidad viene indicada por un eje central y no por una línea vertical. Las placas de Castillo están inclinadas. El Proyecto arquitectónico (1918) de Brancusi ha sido fundamental", dice Serra.
Contención versus desmesura
El guión que sigue la muestra es exactamente ése, un diálogo de categorías contrapuestas de dos idearios escultóricos, en el que la arquitectura de Gehry interviene como una tercera voz. En el balconcillo existente sobre la gran sala Fish del museo, la versión de El beso de Brancusi (1907-08), la más antigua de las tres incluidas en la muestra, se asoma sobre las gigantescas elipses de La materia del tiempo de Serra y mantiene incólume su sereno pulso en el enfrentamiento entre contención y desmesura. A su espalda, otra versión de la pieza transmite el espíritu que quiere insuflar el comisario a su presentación y se apoya sobre una potente viga horizontal de madera, procedente del estudio, que no era su pedestal original.
Las salas siguientes alternan espacios individuales, preferentemente dedicados al norteamericano -así los conjuntos Circuito-Bilbao o 1,2,3,4,5,6,7 y 8- aunque sin ignorar a Brancusi, al que consagra una sala exclusivamente para las Maiastras y los Pájaros en el espacio, con otras que combinan piezas de los dos maestros. Y es aquí, en esas piezas vertebrales de cada uno de ellos, que no obtienen confrontación con ninguna del otro, donde la muestra desvela una ligera debilidad. Hubiese preferido que el comisario llevase su apuesta hasta el fin sin esa rendición, que se supera mediante evocación y memoria, pero que priva de ese impacto emocional que es lo que la sustenta.
La fuerza de la gravedad
El meollo del discurso de la exposición se centra en cuatro salas de una belleza, intensidad y empatía sobrecogedoras, en las que piezas de uno y otro revelan los motivos que justifican su feliz encuentro. La primera reúne una gran serie de pinturas negras que Serra ha realizado en 2010 y 2011 con destino a esta muestra -y que ha titulado nada inocentemente Pesos alzados-, que envuelven a las musas dormidas y los retratos de niños de Brancusi. La sala se convierte en un escenario que concentra profundas sensaciones anímicas.
Otro tanto ocurre en el encuentro de diferentes equilibrios que conforman algunas de las musas de la década de 1910, dorada una, nívea la otra, y la provocadora y fálica Princese X, con el Castillo de naipes y las piezas de pared de las series de "los puntales", de finales de los setenta. Y, también, el juego entre la certeza del peso brutal de obras como La consecuencia de la consecuencia, también de 2011, y la levedad de los fragmentos de torsos femeninos y la Negra blanca y la Negra rubia de Brancusi, que parecen levitar sobre la densidad del acero forjado.
Por último, y quizás una de las más sugerentes y estremecedoras salas, convoca a las piezas más "primitivas" y formalmente más complicadas del rumano, Francesita, Hechicera, El niño en el mundo, con los Belts (cinturones) de Serra, su obra más minimal, hecha de tiras de caucho vulcanizado que caen caprichosamente arrastradas por la fuerza de la gravedad.