Samuel Beckett: No yo, 1987.

Es una de las exposiciones más ambiciosas propuestas por el MACBA. Fruto del acuerdo de dos de las colecciones más importantes de nuestro país, la del museo barcelonés y la de la Fundación "la Caixa", ¡Volumen!, escenifica el paso del siglo XX al XXI, del arte meramente visual al arte sonoro en forma de vídeo o de instalación. El museo ya no calla.

El parto del MACBA fue difícil. Acaso se haya olvidado, pero este museo abrió sus puertas al público completamente vacío en el ya lejano 1995. Entonces, el centro carecía de colección, o prácticamente. Los espectadores pudieron admirar la inmaculada arquitectura del edificio, la dimensión metafísica del espacio... Un museo "de arquitecto", pensado como contenedor y fachada, pero completamente hueco. Hay en este episodio algo de opereta cómica. No recuerdo ningún caso equivalente, aunque, en su momento, este incidente se intentara justificar, desde la administración e incluso desde ciertos sectores de la crítica, como una nueva y revolucionaria concepción museográfica. Lo cierto es que el MACBA no era sino el resultado de las muchas contradicciones del contexto político y cultural que lo vio nacer, en el que estaban en juego cuestiones ajenas a lo meramente artístico, como los planes urbanísticos para la zona del Raval o las luchas de poder entre las diferentes administraciones.



Y, sin embargo, en aquellas paredes despobladas resonaba como un eco la deseada colección de "la Caixa". Algunos pensaron que el importante conjunto de arte contemporáneo que atesoraba la entidad financiera, iniciado a mediados de los ochenta, podía ser una alternativa que diera sentido al museo. Pero no fue posible, al menos por el momento. No se daban las circunstancias necesarias.



De la colección de "la Caixa" se ha dicho que constituye el proyecto más ambicioso y coherente en relación al arte contemporáneo llevado a cabo por la iniciativa privada -o incluso pública- en España. Curiosamente, algo que en principio se debe prestar a la polémica y a la diversidad de opiniones, como es el arte contemporáneo, nunca ha provocado tanta unanimidad. María de Corral, su responsable, consiguió reunir en esta colección una panorámica del arte de los ochenta nacional e internacional -con especial atención a la pintura y la escultura-, complementada por obras tardías de reconocidos artistas de generaciones anteriores e incursiones puntuales en lo que en el momento representaba los orígenes de aquellas tendencias, esto es, el informalismo. No hace falta decir que, realizada con muchos medios, la colección es un reflejo del mercado y la estética de la década, no exenta, sin duda, de gusto. Sin embargo, "la Caixa" da un vuelco cuando, hacia 2003, una nueva dirección en la cúpula de la entidad rompe con su fecunda trayectoria de mecenazgo y reorienta las actividades. A partir de entonces se prioriza la asistencia social frente a los proyectos de carácter cultural y, sobre todo, de arte contemporáneo. Es entonces cuando, de golpe, toda una potente y singular infraestructura -la misma colección, pero también los espacios de difusión y exposiciones de la entidad- queda sin sentido. Visto desde el exterior, se tiene la sensación de que no se sabe qué hacer exactamente con ella.



Cara y cruz de la historia del arte

Entre tanto, el MACBA había ido consolidando su propia colección, fondo que es el fruto de la acción y las distintas sensibilidades de los diferentes directores -de Daniel Giralt-Miracle a Miquel Molins- que ha tenido la casa, pero que, sobre todo, tiene un rostro reconocible, que es el de la persona que ha ostentado el cargo durante más tiempo y que de alguna manera también ha dado forma al mismo museo: Manuel Borja-Villel. Una colección que tiene como núcleo germinal el arte de los años sesenta y setenta, fundamentalmente el conceptual, y que se complementa con la creación emergente de los noventa y siguientes, con el denominado postconceptual, neoconceptual y afines. Se trata, por tanto, de una selección realizada bajo una perspectiva muy diferente de la de "la Caixa". Su voluntad era, por un lado, distanciarse del mercado -aunque, como ya sabemos y queda patente en esta colección, este tipo de arte haya terminado integrado en él-; y, por otro, reescribir la historia del arte contemporáneo más allá de los tópicos, intentando aportar lecturas alternativas y nuevas cartografías. Salta a la vista que las dos colecciones se complementan como la cara y la cruz de un mismo proceso que abarca, sin lagunas destacables, desde prácticamente los años cincuenta del siglo XX hasta los inicios del siglo XXI.



Tiempos de crisis para la administración y de reorientación de sus actividades culturales para "la Caixa": ahora el contexto parece propicio para llegar a un acuerdo entre ambas instituciones. El MACBA y la entidad financiera funden sus colecciones; se crea un comité asesor único y se define una política coordinada de adquisición de obras y coproducción de exposiciones. El artífice de este compromiso que ha conseguido materializar un anhelo que estaba en los orígenes del museo es Bartomeu Marí, aportación del director al legado de sus antecesores. Ahora el MACBA -así se ha manifestado en la prensa- aparece como el centro de contemporaneidad más importante de España. El mérito de la modernidad le corresponde, indiscutiblemente, al Reina Sofía.



El museo (también) del sonido

Ahora bien, ¿cómo se expresa este nuevo proyecto? Toda la superficie del museo, o sea, las tres plantas del MACBA, se consagra a la exposición Volumen, que fusiona las dos colecciones. Se trata de una de las muestras más ambiciosas y espectaculares que jamás se hayan presentado en la institución. Su tesis se articula en torno a la idea de que en el paso del siglo XX al XXI se ha producido un cambio de paradigma: la transformación de lo visual a lo sonoro gracias a la incorporación del vídeo, las instalaciones o las performances. Explicaba Bartomeu Marí -comisario de la muestra junto con Antònia Maria Perelló- que hasta ahora los museos eran silenciosos, pero que últimamente el oído ha tomado relevancia. Explorar lo sonoro y cómo el sonido se interrelaciona con la tradición visual anterior es el objeto de la exposición. Una problemática que el mismo museo ha explorado en anteriores muestras, buscando siempre nuevas lecturas sobre el arte más reciente, pero que ahora adquiere un cuerpo y una densidad y riqueza de matices que permite ampliar y profundizar tal discurso.



La exposición se inicia con los años cincuenta (Tàpies, Hernández Pijuan, Palazuelo…) articulando un hilo argumental lleno de contrastes para llegar hasta el presente. Sin embargo el espectador puede trazarse el mismo el recorrido porque se diría que la exposición, como el sonido, posee una dimensión envolvente y multidireccional. Esta, creo, es la lógica del itinerario. Se toma consciencia de que los artistas utilizan el sonido como recurso expresivo porque uno acaba empapado de sonido que le va penetrando como una niebla húmeda. Una de las piezas más emblemáticas de la exposición es Not I, versión televisiva de un monólogo escrito por Samuel Becket en 1972 que, en el contexto de la muestra, reivindica el sonido como creación. Consiste en una boca suspendida en la oscuridad que sin ninguna otra referencia corporal, recita un texto. La imagen se reduce a un simple punto de luz, la boca, de la cual emana el sonido. De algún modo es la imagen como órgano o instrumento del que brota -mágicamente- la voz que recrea un espacio.



La cacofonía del arte

Pero el sonido en manos de los creadores se utiliza de una y mil maneras. En Between the Frames: The Forum (Barcelona), 1983-1993 (2011) de Antoni Muntadas, por ejemplo, el sonido es el mensaje. En esta instalación realmente espectacular, Muntadas ha recopilado multitud de entrevistas a diversos agentes del arte: marchantes, coleccionistas, museos, críticos… En principio se podría pensar que se trata de una investigación sobre el mundo del arte. Pero estas intervenciones son presentadas en una suerte de superposiciones e interferencias que resultan incompresibles para el espectador. El sistema del arte, a la luz del ruido de Muntadas, es pura cacofonía.



No podemos realizar una descripción de la exposición, pero valga el ejemplo de otra pieza impactante: Hey Joe (1996) de Kristin Oppenheim que recrea un espacio hipnótico con la voz y la luz de unos focos móviles. En esta intervención, unos haces de luz recorren el lugar mientras una voz repite, como en una letanía, la primera frase de una canción de Jimmy Hendrix que se popularizó durante la guerra del Vietnam: Hey Joe, where're you going with that gun in your hand. En fin, de lo que se trata en definitiva es de un nuevo registro, el sonido, que enriquece y amplia la noción de arte sometido a la dictadura de lo ocular.