Vista del Palacio de Cristal. Fotografía: J. Cortés/R. Lores

Palacio de Cristal. Parque del Retiro. Madrid. Hasta el 29 de abril de 2012.

En primer lugar, respeto por lo concebido y hecho. El Palacio de Cristal, diseñado por Ricardo Velázquez hace ahora unos ciento veinticinco años, hospeda exposiciones desde el último tramo de los años setenta del siglo pasado, y en ese tiempo ha devorado con su transparente presencia a más artistas de los que ha dado fama. Intervenir en un espacio grande -54 metros de largo por 28 de ancho y casi 23 de altura en su cúpula central-, pero nada desmesurado, al que envuelve el parque, es mucho más difícil de lo que parece.



Soledad Sevilla (Valencia, 1944) ha resuelto la suya con elaborada sencillez y acierto visual y poético. Ha diseñado una réplica, a menor tamaño, de sus paredes principales y techumbre, componiendo un pequeño gran palacio embutido en otro más grande. Lo que en el original es cristal, en la réplica son planchas de policarbonato translúcidas de un color azul noche -un azul envolvente, amable, acogedor, calorífico casi-, que están atravesadas por los signos de puntuación y otros símbolos de exclamación, interrogación, paréntesis, corchetes, llaves. Conforman, con la luz de día exterior una bóveda nocturna interior en la que brillan esos "cuerpos celestes" gramáticos cual estrellas y constelaciones.



La sorpresa fascinada del visitante procede de ese paso de la brillante luz matinal a una noche que no es tal. Durante su estancia allí no puede evitar verse deslumbrado por los emocionantes juegos de las luces o por las brutales diferencias que esa misma luz y sus reflejos obran en diferentes zonas de los paneles, aquí de un azul que se diría cobalto, a su lado un negro próximo a la tiniebla; como tampoco puede eludir la invitación a deambular por el pasillo que queda entre la nueva estructura y las paredes del Palacio: los paneles actúan entonces a modo de un espejo opaco en el que se refleja, oscurecido y vibrátil, el jardín exterior y, también, el observador, integrado en la pieza.



Los elementos de seducción que desplegó la artista en sus pinturas de los años 80 sobre Las Meninas o La Alhambra, en las que una simple trama geométrica y su dominio del color y la luz introducían la mirada en el espacio ficticio del cuadro o en los palacios nazaríes; y, también, las mejores virtudes de sus instalaciones -entre mis preferidas Fons et Origo (1987), hoy en la Colección "la Caixa"-, esas mágicas conjunciones de luz y poesía, comparecen acentuadas en Escrito en los cuerpos celestes y hacen de ésta una intervención "estelar".