Sin título, 2011
En su nueva exposición, el pintor alemán afincado en Madrid se adentra en no-lugares urbanos, espacios públicos vacíos e interrogantes.
Ah, sí, la obra que señalábamos, la del final de la galería. Se trata de un tríptico de un paisaje urbano iluminado en la noche de forma rara. Parece una pintura alucinada y contiene una oscilación, un movimiento. Además de esas características, incluso sin prestar atención a los detalles, algo distorsionado aflora. Al fijarnos comprobamos que el "paisaje" tiene su cielo cubierto de fino plástico transparente, como una membrana delatada por brillos condensados. Deducimos que lo que vemos es algo fabricado y la hipótesis de que era todo una maqueta se vuelve inevitable: todo lo visto hasta ese momento en la exposición era la recreación pictórica de construcciones escenográficas, un montaje. A nadie engañaba el artista con sus imponentes focos de luz imposible sobre calles y casas, sus raras oblicuidades y difíciles perspectivas.
En realidad, no es la primera vez que deja ver el armazón en que se basa su obra. Philipp Fröhlich es un pintor de pretensión efectista, no cabe duda. O sea, un artista que conoce una de las claves de su labor: el mismo artificio. Más aún, parece un buscador de paradojas plásticas. Su obra nos sugiere preguntas que él no responde y tienen que ver con la naturaleza de lo real y su representación. La primera que suscitan sus pinturas es la paradoja entre real e irreal, real e imaginario, real y artificial. Al desvelar las propiedades escenográficas, teatrales, de sus motivos, Fröhlich establece un juego mental. Sus témperas son visiones de tercera generación, el reflejo de la visión construida en su imaginación a partir de lo mirado y su laboriosa construcción material con forma de maqueta. Sin embargo, no hay trampantojo. Lo que pinta es la realidad construida por él. Y esa auténtica "falsa" realidad constituye la imagen. ¿Qué es más real, un paisaje imaginado o retenido por la mente o la captura del modelo físico de una imagen pensada?
Pero hay otra cosa. Lo fotográfico se filtra en cada una de las obras. La misma técnica de pincelada y capas y el tratamiento del color en ocasiones notablemente explosivo y poco "natural", ya lo insinúan en parte. Pero emerge sobre todo en el punto de vista con el que mira sus modelos. Si lo fundamental de lo fotográfico es la congelación del tiempo, aquí asoma la elaboración de una farsa de instante determinado, decisivo. Ahí estalla una segunda gran paradoja: el momento verdadero, por definición, no puede ser falso pero el momento falso si puede ser verdadero. Lo que aquí se reconstruye es un artificio sin tiempo que pretende representar un momento vivo.
Y algo más. En la mayoría de las obras, la visión es elevada, majestuosa, propia de una divinidad, de un demiurgo. Incluso aquellas visiones que parecen obtenidas con los pies sobre el suelo tienen algo de contemplación desde los cielos. Fröhlich es un creador de mundos. Su búsqueda, más que de lo sublime al modo romántico, podría expresar la vacilación entre una explicación racional de lo que se ve y otra que la contradice, de algo "tan cerca de lo real que uno casi tiene que creerlo", como definió Dostoievski lo fantástico.