M. Pistoletto: Arquitectura del espejo, 1990
Es la tercera entrega de la nueva fusión de las colecciones de "la Caixa" y el MACBA. Después de ¡Volumen! en Barcelona, y La resistencia de la geometría, en Madrid, llega El espejo invertido, en el Guggenheim de Bilbao. Una mirada en especial a la fotografía, desde su incorporación al ámbito artístico hasta su relación con la performance.
El núcleo de la exposición, colocado en las salas centrales, gira alrededor de la fotografía. Ese medio que comenzó el siglo XX repudiado por la institución artística y ha terminado convertido en uno de sus territorios más fértiles. La muestra aborda esta incorporación (junto a la del vídeo) desde los discursos creativos y la performance. Fuera de este núcleo, una isla dedicada al Dau al Set y el surrealismo en los años cincuenta (con una magnífica obra del primer Tàpies influenciado todavía por ese movimiento) y una extraña coda en la que volvemos a Tàpies para emparejarlo... con Miquel Barceló.
A Hunting Scene, de Jeff Wall (1994) es la pieza encargada de recibir al visitante. Toda una declaración de principios sobre la incorporación de la fotografía al ámbito artístico y las adaptaciones que ha sufrido en el proceso. Wall plantea una deconstrucción del lenguaje de la instantánea, mediante la cuidadosa escenificación de sus imágenes, el uso de un formato reservado hasta entonces al cuadro, y un soporte propio del ámbito publicitario, la caja de luz. El resto de la sala gira alrededor del resurgimiento, en los ochenta, del género paisajístico, un impulso centrado aquí en la llamada Escuela de Düsseldorf, pero, y es donde se ven las sinergias de las dos colecciones, con la aportación, por parte del MACBA, de la obra de autores catalanes situados en el mismo ámbito de reflexión, como Xavier Ribas o Manolo Laguillo. Mientras "la Caixa" opta por los grandes nombres, el MACBA aporta el reflejo de las tendencias artísticas en el ámbito catalán y la visualización de la creación más allá de la presión del engranaje (museo-galería-crítica).
El otro gran tema de la fotografía desde los ochenta es el de la identidad y su plasmación a través de la cámara. Esta vez es una efectista pieza de Vanessa Beecroft, Madonna negra con gemelos (derecha) la que se encarga de capturar la mirada y engullir al visitante. Aunque la pieza que merece la atención es la serie de autorretratos de Gillian Wearing, transformada en los distintos miembros de su familia.
La tercera vertiente de la presencia de la fotografía en la exposición es la performance. En las obras podemos constatar el paso de la mera función de documentación a la integración de la imagen, si no en el propio acto performativo, sí en su presentación museística. Y dense unos minutos para ver el vídeo Semiotics of the Kitchen de Martha Rosler. Merece la pena.
El salto de las áreas centradas en la fotografía a las otras prácticas artísticas es, al mismo tiempo, un salto físico. Uno desanda sus propios pasos y debe encaminarse al otro bloque del edificio, recorrer un estrecho pasillo (que normalmente es de salida), pasar junto a Sin título (Anoche) de Félix González-Torres para llegar a la amplia sala que alberga las obras de gran formato, con Arquitectura del espejo, de Pistoletto, al fondo, dominando la sala. Las cuatro enormes piezas apoyadas en la pared de la sala reflejan las demás piezas y a los visitantes. Todo queda englobado en él: la historia del Arte y la vida que ese Arte refleja.
El cierre es para la escultura y la instalación, con la delicada pieza de Ettore Spalleti Habitación, rojo púrpura y la instalación del mexicano Damián Ortega Movimiento en falso (estabilidad y crecimiento económico) que muestra tres bidones de petróleo en inestable equilibrio, girando sobre sí mismos. Un poco anticuado para los tiempos que corren, pero adecuado para recordárnoslos.