La caída del ángel, 1923-1933-1947.

Museo Thyssen-Bornemisza y Fundación Caja Madrid. Paseo del Prado, 8 y Plaza de San Martín, 1. MADRID. Hasta el 20 de mayo.

Es la primera retrospectiva de Chagall en España. Son 150 obras del artista ruso que, divididas entre las sedes del Museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid, nos muestran al Chagall total, al artista completo, judío errante, que desde Rusia a Francia pasando por su periplo americano, logra un merecido papel en la Historia del Arte.

El maravilloso cuadro La caída del ángel marca el cenit de la trayectoria de Chagall del que, por primera vez en España, se aborda una gran retrospectiva para mostrar su obra al completo, en un recorrido cronológico de su pintura, pero también sus grabados y obra sobre papel, cerámica y escultura. La exposición despliega ciento cincuenta obras procedentes de las más importantes colecciones públicas y privadas para reivindicar una sensibilidad poética y musical, exuberante y espiritual, de cálida atmósfera emocional y arraigo nostálgico pero destinada a sobrevolar el tiempo. Se diría que sus imágenes se dirigen al corazón para renovar la confianza en la armonía invisible entre el ser humano y el universo, a pesar de los reveses de la historia.



Testigo de un siglo convulso que con sus guerras, exilios y exterminios llegó a quebrar la fe en el ser humano y en el progreso, Marc Chagall (Vitebsk, Bielorrusia, 1887-Saint-Paul-de-Vence, Francia, 1985) fue un judío errante que mantuvo su simpatía inquebrantable por el lado bueno de la humanidad y el poder renovador del humor, de la libertad y del amor. Nocturnas y luminosas, sus imágenes parecen traslaciones directas de la cámara obscura de la fantasía.



La caída del ángel marca una inflexión porque es expresión de uno de sus momentos más lúgubres y también porque con este cuadro Chagall se despide de sus correligionarios para iniciar una trayectoria en solitario. Deslumbra, en primer lugar, por su colorismo, con los rojos y azules intensos de Chagall y ese blanco sin el que parece no saber pintar. Encontramos, además, símbolos y motivos iconográficos familiares, el rabino protegiendo la escritura, y el crucifijo y la maternidad sostenedora de la esperanza en las creencias populares. Y sin embargo, en contraste con sus composiciones habituales donde los personajes flotan y vuelan, elevándose, este ángel incendiado se derrumba, arrastrando el péndulo del tiempo. Sólo el sol y el buey amarillo -la naturaleza- parecen resistir todavía al envite del ángel caído sobre los tejadillos, que protegen el violín y su arco. Un ángel caído, símbolo del terror y de la muerte que también representan en este periodo de derrumbes Max Ernst y Paul Klee.



Un antes y un después del ángel

Última estancia en el Museo Thyssen, el cuadro cierra la primera mitad de la trayectoria del artista, con sus idas y venidas entre Vitebsk y París, como dos focos que retroalimentan el trabajo de Chagall. A Vitebsk vuelve para ayudar en la revolución bolchevique, fundando una escuela de arte para la que recluta a Lissitzky y Malévich. En París, antes y después, es siempre el pintor ruso que asombra por su originalidad, confrontando sus recuerdos y tradiciones autóctonas con las sucesivas vanguardias, sin adscribirse a ninguna y manteniéndose más bien en el grupo difuso de extranjeros de la Escuela de París, con Amadeo Modigliani y Chaim Soutine, de los que aquí hay homenajes explícitos (Desnudo sobre Vitebsk; El buey desollado).



Durante un tiempo destaca como cubista, pero también es evidente su cercanía al fauvismo. Apollinaire crea para él la etiqueta de "sobrenatural", con la que posteriormente rechazará su afiliación al grupo surrealista, que le admira como predecesor. Chagall entonces juzga toda aquella escena vanguardista "desde los impresionistas hasta los cubistas, …demasiado ‘realista'". A la vuelta de Rusia, sus figuras comienzan a despegar los pies del suelo, como en los iconos ortodoxos, y personajes y carros comienzan a volar (Hombre-gallo sobrevolando Vitebsk; El vendedor de ganado). Su pintura se hace más luminosa, según va ganando importancia el blanco, que introduce ternura y esa calidad algodonosa que termina de acuñar el característico estilo Chagall a partir de mediados de los años veinte, cuando la pintura retorna hacia la figuración, lo que en sus imágenes se salda con la concordia del ser humano y los animales, las flores, la naturaleza. Y entre todos los motivos, destaca ya el que será el gran tema de Chagall, los enamorados, la novia, y el autorretrato humorístico del propio pintor como asno violinista.



La verdad de Chagall

Además, también en el Museo Thyssen puede contemplarse su faceta como ilustrador, quizá menos conocida pero con la que demuestra ser uno de los más originales y destacables grabadores de todos los tiempos, e imprescindible para el artista: "creo que algo me habría faltado si, aparte del color, no me hubiera ocupado también del grabado y la litografía… Cuando cogía una plancha litográfica o una plancha de cobre, era como si tocara un talismán. Me parecía que en ellas podía colocar todas mis tristezas, todas las alegrías". Con el marchante y editor Ambroise Vollard desarrolla una muy fértil colaboración que se plasma en las Almas Muertas de Gogol, las Fábulas de La Fontaine y la Biblia, con la que despunta como uno de los últimos grandes artistas de la decaída tradición artística religiosa, lo que le valdrá posteriormente los encargos de vidrieras para iglesias (catedral de Metz, sinagoga de la Clínica Universitaria Hadassah en Jerusalén, entre otras).



Pasando ya a la Casa de las Alhajas, al hilo del periplo vital del artista que ha de trasladarse a Estados Unidos huyendo del nazismo, encontramos además de su pintura, más suelta y tan desbordante como el último Picasso, sobre todo, la diversificación de su poder creativo primero en cerámica y después en escultura. Y en conjunto, la acentuación de su simpatía hacia la sensibilidad popular, que se manifiesta en las multitudes en el Circo, su comodidad con la loza y las hondas raíces medievales de su escultura en caliza y bronce, con sus columnas, capiteles y relieves bizantinos. Ahí, al fin, descubrimos la verdad del simbolismo del colorista Chagall.