Training Ground, 2006

Centro de Arte Dos de Mayo. Avda. de la Constitución, 23. Móstoles (Madrid). Hasta el 3 de junio.

El holandés Aernout Mik reflexiona sobre la violencia en el Centro de Arte Dos de Mayo. En sus piezas, cuatro videoinstalaciones concebida a modo de falso documental, el artista refleja las tensiones sociales y emocionales contemporáneas: guerras, crisis globales y conflictos sociales y raciales anónimas pero familiares.

Mientras intento escribir esto un grupo de hinchas del equipo de fútbol SS Lazio corta (es de suponer que sin permiso de Gobierno Civil ni Policía) la calle con estruendo de cánticos en una mezcla de burla, desafío y odio. Desde un balcón se asemejan a una masa viscosa, unos cuerpos impregnándose de otros, mientras los individuos desamparados, como partículas elementales, parece que se atrajeran y separaran a velocidad imposible para el ojo humano. Los tifosi improvisan un ritual dramatizado de violencia primitiva y aire prebélico que resulta tan familiar como agresivo. Todo está ordenado conforme a las reglas de una ceremonia espectacular pero sin dejar de ser un caos. Me tapo los oídos y comprendo que justo una interrupción de la cotidianeidad así habría interesado al artista sobre el que me ocupo: Aernout Mik.



El de Groningen (Holanda, 1962) trata los mecanismos de cohesión y de creación y destrucción de lo social. Sus representaciones observan desde la lejanía lo que nos resulta familiar para indagar en su disolución mediante la violencia, la tensión psicológica y cierta a-sociabilidad. Para ello, Mik emplea la imagen en movimiento y muda (con resonancias para-cinematográficas y del falso documental) de extras actuando casi como si estuvieran en un ensayo. Y lo mezcla con elementos arquitectónicos, escultóricos y acciones humanas en vivo. Esta exposición destaca por la interconexión de todos ellos. Lo arquitectónico resulta relevante: sus cuatro videoinstalaciones se sitúan en una especie de cruce de pasajes, pasillos y muretes que recuerdan a laberínticos espacios de tránsito y salas de espera, con algo de no-lugar y de limbo o a esas "zonas de excepción" o "de indistinción" descritas por Foucault y Agamben (como sugiere el comisario Ferrán Barenblit en el catálogo). Sirven como transición entre piezas y de tiempo de reflexión. Objetos como colchones, sacos o almohadones, siluetas de tiza en el suelo como las marcas policiales de cadáveres ponen en duda las fronteras entre dentro y fuera de lo contemplado.



En Glutinosity (2001), la escena coreografiada y silenciosa remite a las sentadas y ocupaciones y a la multitud como fuerza política: un grupo de uniformados y otro de "manifestantes" parecen estar adheridos entre sí y al suelo y componen un enjambre, hasta llegar a confundirse en un grupo informe donde no está clara la intención y el sentido de las fuerzas, los bandos de cada individuo para tirar y para resistirse. En la muy rotunda Schoolyard (2009) reúne la tensión adolescente erótica y racial del patio de un instituto con cierta parafernalia de los funerales (¿y bodas?) del mundo islámico, aludiendo de forma equívoca al conflicto palestino y al avance del racismo y el terrorismo. De nuevo, la confusión de grupos (estudiantes, bedeles, profesores) y de sus acciones es patente.



La violencia instituida es el trasfondo de las otras dos (ambas de 2006). En Training Ground lleva algo más allá el absurdo grotesco tan usual en la obra del artistas holandés, en escenas de lo que parecen ser ejercicios de entrenamiento militar con inmigrantes detenidos en un control de carretera y camioneros que cocinan. La "lógica" militar se va desarmando hasta llegar a un estado de rara enajenación. Contemplar en último lugar Raw Footage resulta desarmante. Se trata de la única pieza con sonido de todas las de Mik y encadena imágenes tomadas durante la guerra de Bosnia que no fueron utilizadas por las grandes agencias de prensa por resultar demasiado "cotidianas" o "normales". Vemos personas y animales que parecen flotar en la mugre de la violencia extrema y la locura colectiva como si nada ocurriera. Lo más asombroso es comprobar lo bien que concuerda lo que se ve en esta pieza documental con el resto de acciones coreografiadas. Lúcida y briosa invitación a pensar qué somos y qué queremos ser.