Aquella tarde en semana, 2008

Casa de América. Plaza de Cibeles, 2. Madrid. Hasta el 18 de marzo.

En arte, como en casi todo, las ideas excluyentes no valen. Y, así, a los muchos artistas que habitan en los no lugares del mundo globalizado se oponen quienes como José Bedia (La Habana, 1959) se nutren del oscuro humus de la tradición localizada. Los magos de la tierra. Hace muchos años que Bedia se trasladó desde La Habana a Miami y que empezó a vender muy bien su obra en galerías y subastas en todo el mundo. Pero conserva el hechizo por las culturas ancestrales con las que había entrado en contacto a través de la afrocubana, y ha conocido muy bien algunas de ellas desde que en 1985 fue enviado como soldado a la guerra de Angola. Ha recorrido el continente africano y se ha interesado por diversos pueblos indios en Estados Unidos y México, con una actitud de antiguo antropólogo o viajero naturalista que respeta profundamente lo que conoce y, a la vez, como artista, recolecta imágenes, narrativas... y objetos que suma a su importante colección etnográfica.



José Bedia destaca por su enorme talento para el dibujo. Sus obras están surcadas por "líneas de fuerza" que les confieren una contundencia extraordinaria. Ha desarrollado un estilo gráfico muy característico que bebe, se ha dicho, de la pintura rupestre, pero también de las figuras esquematizadas de la cerámica griega o de la pintura etrusca, con las que comparte el protagonismo de lo mitológico. Pero también hay algo de cómic en esas cualidades gráficas, en la inclusión de la escritura y en el humor que percibimos en obras como Gran anaconda engullendo ómnibus. El gigantismo de muchas de sus figuras se corresponde con la dimensión espiritista de las mismas y con su carácter híbrido de figura-paisaje, que constituye uno de los rasgos más atractivos de su propuesta plástica. Bedia no hace ilustraciones de los mitos, ni copia las expresiones artísticas de esas culturas; sí incorpora elementos, personajes, lugares o imágenes que hace suyos.



En esta exposición, con obras bien escogidas realizadas en gran parte en la pasada década y un grupo de dibujos de gran formato muy recientes, comprobamos que su trabajo ha sufrido una evolución notable. Estos últimos, en lo temático, inciden en las fricciones a menudo dramáticas o violentas producidas por el proceso colonial en África; incluye antiguas fotografías, casi invisibles, que son "amplificadas" en más de un sentido en los dibujos. En lo formal, sigue más de cerca los nerviosos dibujos de campo que suele realizar cuando "patrulla", como él dice, los lugares que frecuenta, y crea al diluir los pigmentos un novedoso embarrado que hace pensar en la tierra quemada. La muestra se cierra con una instalación centrada en una pintura mural, Munanfinda, en la que el hombre-paisaje expulsa a los intrusos.