Vista de la instalación de Maté en el Monasterio de Silos

Abadía del Monasterio de Santo Domingo de Silos. Burgos. Hasta el 27 de junio.

La cartografía y el viaje son parte intrínseca de algunas de las principales obras de Mateo Maté (Madrid, 1964) realizadas en la última década y encuadradas en una numerosa serie de piezas que lleva por título general Viajo para conocer mi geografía, la más antigua de las cuales se remonta a 2001 y la más reciente fue el espectacular montaje que realizó en Matadero Madrid en 2010. Todas estas obras tienen como denominador común la exploración del territorio íntimo del artista, poblado de objetos de uso cotidiano, mobiliario o elementos decorativos, que son recogidos por una microcámara que los recorre y que proyecta esas imágenes en una pantalla de vídeo o televisión en tiempo real.



Y es que, en el trabajo de Maté, la realidad y su proyección asumen identidades distintas. La primera, por muy cuidadosamente que esté construida -y sus piezas son de una pulcritud y riqueza extraordinarias-, no deja de ser un ambiente cotidiano, vulgar, tanto da si es una cama como el saloncito de una casa, la mesa de trabajo o en la que acaba de tener lugar la merienda de una fiesta. Su representación es, a veces misteriosa, a veces risible y, en ocasiones, objetiva e impávida. En cualquier caso, de una consistencia y una solidez narrativa que desmiente cualquier banalidad, aunque no desdeñe nunca la ironía o la risa. Ha llegado incluso a hacer una curiosa y confesa versión, de título ligeramente diferente, Viajo para conocer 'tu' geografía, y sólo en fotografías que recogen la topografía de las sábanas de la cama de su pareja.



Ahora, en el que es el último comisariado de Lynne Cooke en la Abadía de Silos, Maté ha optado por una instalación, titulada Universo personal, que prolonga este trabajo y le da un sentido nuevo. Tras un tiempo de estancia en el monasterio, en convivencia con los monjes y al hilo de las horas en las que dividen el día, el artista ha hecho levitar -suspendiéndolos del techo- los exiguos objetos y el mobiliario que podrían encontrarse en una de sus celdas y que es todo lo que poseen. El puritano lecho, el crucifijo, la almohada, una papelera de la que surgen papeles arrugados, el flexo, un globo terrestre, un reloj parado, unos zapatos, una manzana, un botijo, un cinturón, unas gafas, un mando electrónico... Todos configurados con una estructura, una composición y una estética depurada en su presentación.



A su alrededor gira una mini cámara instalada en una plataforma de eje, que convierte esa suspensión de objetos en un atractivo viaje entre ellos. Es un nuevo periplo por un universo surcado de objetos transformados, de luces rutilantes, de perspectivas inesperadas. De un modo convincente y empático, se hace doblemente visible la austera materialidad de las vidas de los benedictinos de la orden así como el ansia y la capacidad de universalidad. Mientras el mundo exterior se desvanece, ese interior ayuno se expande como una galaxia.



Parafraseando a uno de los monjes, Víctor Márquez Pailos, "un espíritu de lentitud" hace posible que quien se encuentre inmerso en esta instalación, contemple las cosas más vistas del mundo con unos ojos capaces de crear otro mundo posible dentro de éste. Un mundo que puede engrandecer al más grande de los seres. Aun sin la fe, no parece un viaje ni desagradable ni inútil.