David sacado de las muchas aguas, h. 1805
La exposición, que presenta más de 80 obras procedentes de la Tate Britain, pone especial énfasis en los temas más significativos de William Blake, una de las figuras más importantes en la historia de la cultura británica: mitologías propias, fantasías y delirios sobre una particular visión del mundo respecto a temas religiosos, políticos y sociales. Artista visionario y exposición recomendada.
Comisariada desde el museo británico por Alison Smith, tiene dos partes: un recorrido por la trayectoria del artista, excluyendo sus libros ilustrados, y un esbozo de su huella sobre los "visionarios" que asimilaron algunos aspectos de su trabajo, bien en las composiciones, bien en las figuras o los temas. Muy interesante, pero mientras que la Tate ha sido muy generosa en el préstamo de los Blake, ha escatimado las obras de Los Ancianos -que eran jovencísimos, con Samuel Palmer a la cabeza- y, sobre todo, de los Prerrafaelitas, y ha estropeado el brillante broche que podría haber puesto George Frederic Watts -¡qué bueno su Mammon!- con los flojísimos neo-románticos.
A caballo entre los siglos XVIII y XIX, en la Europa de la Revolución francesa y del imperio napoleónico, Blake, Goya y Fuseli encarnan la cara oscura del Siglo de las Luces y el estallido inicial de la modernidad artística. Puede resultar sorprendente que se diga esto del primero, que leía la Biblia vernácula, se identificaba con los profetas Ezequiel y Job y renegaba de la naciente industrialización. Pero en estos tres colosos culmina lo que Jean Starobinski llamó "la invención de la libertad" que, en arte, supone la posibilidad de despedazar las convenciones académicas y el afloramiento de las más arriesgadas creaciones de la imaginación. Blake, de origen humilde y formación más artesanal -como grabador- que artística, fue un solitario. Gran poeta, y prolífico, sólo el primero de sus libros pasó por la imprenta, y la única vez que expuso su obra, en la tienda de su hermano, fracasó de pleno. Pero también era un hombre de su tiempo: no puede entenderse su predilección por el dibujo lineal fuera del contexto neoclásico, y se detectan en su obra puntos de contacto con John Flaxman, con quien coincidió en las clases de la Royal Academy. Tuvo inquietudes políticas pero su particular e indescifrable mitología religiosa le impedía asociarse a otros; no hay más que ver cómo representa a Lord Nelson y a William Pitt, grandes héroes del momento, domando a las terribles bestias malignas Behemoth y Leviatán... en pinturas que pretendía trasladar, a escala monumental, al Parlamento.
Los grabados, acuarelas y témperas de Blake, de dimensiones modestas, son pozos sin fondo. Sobre composiciones que tienen casi siempre una marcada base geométrica construye escenas de una enorme originalidad en las que los personajes, bíblicos, literarios -Dante, Shakespeare- o pertenecientes a su propia mitología -en la que destacan las personificaciones de los cuatro poderes del hombre, Urizen (razón), Luvah (amor), Tharmas (vida sensual) y Los (intuición visionaria)- aparecen electrizados por las fuerzas del espíritu. Sus características anatomías beben directamente de Miguel Ángel, y toman algo de El Greco en los alargamientos expresivos, pero aún más tensadas o más contorsionadas. En las obras más complejas toda la superficie está recorrida por una circulación rítmica de líneas en la que se integran cabellos, pliegues de los vestidos, llamas, corrientes de aire, olas... Hay rasgos ornamentales que no pretenden ser decorativos y una experimentación técnica -combinación de distintas formas de grabado con espesas pastas cromáticas, extraños jaspeados, uso del oro- que sólo busca inyectar vida en las imágenes.
Encontramos en la exposición series con características diferenciadas, en la técnica y en la temática, como las correspondientes a los libros proféticos, las oscuras témperas, las ilustraciones de la Divina Comedia y la increíble narración en palabras y aguafuertes de los padecimientos de Job, donde, en cada estampa, hay algún detalle deslumbrante.