André Masson: Esperando la ejecución, 1937

Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 32. Madrid. Hasta el 7 de enero.

El Reina Sofía inaugura esta semana la gran exposición de la temporada: Encuentro con los años 30, un gran repaso por la década en que Picasso pintara el Guernica, pilar del museo nacional, que ahora encuentra interlocutores con los que hablar del pasado.

Es más que una mera exposición. Con ocasión del 75 aniversario del Guernica (1937) de Pablo Picasso, por primera vez el Museo Reina Sofía aborda una gran revisión de los años 30 del siglo XX a través de cientos de pinturas, dibujos, esculturas, fotografías, carteles, revistas y películas. En conjunto, un imponente esfuerzo de un equipo curatorial compuesto por una decena de especialistas internacionales, dirigido por Jordana Mendelson, y respaldado por AC/E, Acción Cultural Española, que se despliega a lo largo de más de 2.000 m2: en la principal sala de exposiciones de la planta primera del Edificio Sabatini y que continúa en la reorganización de la planta segunda de la colección, donde reside la pintura que sigue atrayendo a visitantes de todo el mundo.



Cambiar la interpretación del Guernica es una empresa delicada, ya que se trata del propio corazón del museo, algo que ha justificado hasta ahora la lectura canónica que, desde una perspectiva formalista, aglutinaba en torno a ella las mejores obras que posee la colección de los artistas más destacados de las vanguardias en el panorama europeo, para desgranar las conexiones del genio malagueño desde el Cubismo al Surrealismo, y destacando las aportaciones decisivas de los españoles Gris, Miró y Dalí a la historia del arte durante la primera mitad del siglo XX.



Antoni Berni: New Chicago Athletic Club, 1937 (detalle)

A cambio, lo que esta gran operación ofrece es una lectura bajo los criterios predominantes en la historiografía del arte actual, con una recontextualización que desborda muchos de los límites impuestos anteriormente por el protagonismo de ismos, hitos y nombres -asistimos a la oportunidad única de contemplar obras capitales nunca antes vistas en España-, que se integran en más amplios horizontes geográficos y culturales, lo que facilita una comprensión más fluida del arte que se producía entonces en España en relación con el panorama internacional. De manera que el Guernica -que fue concebida como una obra propagandística, al servicio de España-, vuelve a cumplir su función, revirtiendo el interés de propios y extraños hacia lo español. Y, en último termino, como feliz celebración de este aniversario, al confinar su contexto temporal a la década de los años 30, el Guernica rejuvenece, ya que vuelve a transpirar entre los deseos y frustraciones de artistas coetáneos.



Malditos treintas

Los años 30 no han sido un periodo muy apreciado por la historia del arte contemporáneo. Considerada una época de regresión de las vanguardias, los artistas cayeron en la dispersión aplastados por los graves acontecimientos económicos y políticos marcados por la Depresión del 29, el predominio de los totalitarismos en Europa y su desembocadura en la Guerra Civil española y, después, la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hoy podemos aproximarnos a ella con una sensibilidad pendiente de una incertidumbre que, en cierta medida, nos hace entender con más cercanía la gravedad del peso que se arrastraba y su densidad, engrosada por las muchas capas que estos Encuentros con los años 30 aceptan desde el inicio, planteando un eclecticismo en el que conviven Realismo, Abstracción y Surrealismo, por aquel entonces vertientes contrarias e incluso enfrentadas pero que, en esta selección de obras, transmiten una firme unidad subterránea.



Agustí Centelles, Autorretrato en el frente de Aragón, 1937 (detalle)

Desde la primera sala dedicada al Realismo, la soledad se impone como el sentimiento que impregna retratos absortos, invadidos por la ansiedad o bien imposibles, tras las manos que gritan dolor de Alfaro Siqueiros. Incluso las escenas de grupo componen un cuadro de soledades ensimismadas, como en la brutalidad de la Cena familiar de Ángeles Santos. Las fiestas son agrias (Sociedad parisina, de Max Beckmann) y el juvenil equipo de fútbol de Antonio Berni posa bajo una luz sombría. La miseria y pobreza, material y espiritual, se dejan ver a la salida de un cine de barrio, en un arco entre clasicismo retrógado y realismo crítico, para el que es un significativo índice discriminatorio -como afirma Jordana Mendelson- la representación que se hace de la mujer.



Pero a continuación, en un contraste muy eficaz con la abstracción del periodo, hallamos una similar parálisis. El orden constructivo regido por la geometría ortogonal y las simetrías, atraviesan el semillero de grupos y tendencias entre los que se encuentran viejos maestros como Kandinsky y Mondrian, y quienes estaban revolucionando la escultura, como Calder, Naum Gabo y la joven Barbara Hepworth. Y con el Surrealismo profundizamos en la enajenación de los maniquíes, la descomposición de la neurastenia y la disgregación, capítulo en el que, entre todo lo excelente de Miró y Dalí, Delvaux, etc., destacaría Batalla de príncipes saturnianos de Wolfgang Paalen, la perturbadora pintura peluda La voz del bosque de Toyen y La muñeca de Bellmer, una rareza en gran formato que representa a una niña negra aborigen junto al eje que corta este desarrollo de ismos sucesivos. La recreación de las grandes exposiciones internacionales, con el fin de contextualizar la Exposición Internacional de París, para cuyo pabellón de España fue realizado el Guernica, es el componente de mayor calado teórico y político en la primera planta.



Kandinsky,Sucesión, 1935 (detalle)

A lo largo de la década de los años 30 se sucedieron más de una veintena de exposiciones internacionales: desde Chicago, Nueva York, San Francisco y Dallas, a Moscú, Tel Aviv, Nagoya, Porto Alegre, Johannesburgo y Wellington, en Nueva Zelanda. Como es sabido, para el relato artístico, tiene también especial importancia, además de la de París en 1937, la exposición de Arte degenerado celebrada en Salzburgo en 1938, por mandato nazi. Pero ha sido un gran acierto situar en medio del crucero la Exposición Colonial Internacional de París de 1931 que, con sus chocantes tapices encargados a la secular Manufacture National des Gobelins con anticuadísimas iconografías de los habitantes del Magreb, inserta una cuña poderosa sobre el significado que tuvieron las políticas artísticas gubernamentales, ante las que los artistas sucumbieron y también se enfrentaron. Esta dialéctica imprime optimismo sobre una esperanza que, casi sin darnos cuenta, se instala en nosotros, al constatar el poco tiempo transcurrido y cuánto hemos avanzado respecto a aquel colonialismo eurocentrista que legitimaba sus privilegios "universales" todavía legitimándose en la iconografía griega, cuna de la civilización occidental.



Murales de feria

También es muy interesante la revisión crítica de la modernidad arquitectónica y ornamental durante los años 30, todavía poco explorada en comparación a las últimamente muy revisitadas décadas de los 50 y 60. Y, como habría mucho que comentar, ya que es todo un filón, baste con subrayar, al menos, la luz que arroja sobre los grandes formatos de los murales habituales en estas ferias, entre los que el Guernica no fue una excepción. Léger, autor junto a la arquitecta y diseñadora Charlotte Perriand del reconstruido aquí Joyas esenciales, placeres nuevos, ya declaraba entonces el apogeo de los murales, ante los 345 proyectos realizados para la Exposición de París.



Por último, y como transición hacia la segunda planta, la sección "Carteles y fotografía" nos confronta con la dura realidad de los ciudadanos de una cultura de masas hacia la que artistas, fotógrafos y cineastas prestaban cada vez más atención, con el fin de conectar con los públicos populares, con los que prácticamente se enlaza a la entrada de la segunda planta, mediante las escenografías de La Barraca y el flamenco.



"Desempaquetar" el Guernica ha supuesto encontrar nuevas resonancias. Es muy sugerente el desarrollo a partir del ingrediente satírico de la pléyade de dibujantes, donde destaca la cercanía estilística de Francisco Mateos y los hasta hace muy poco desconocidos dibujos de Alberto Sánchez, procedentes del Museo Pushkin; y series como Pesadillas infantiles de la comprometida ilustradora, muralista y decoradora escénica Pitti Bartolozzi. Además, esta nueva interpretación abre muchas líneas que se han de desarrollar en el futuro: como la emergencia de las modernas Maruja Mallo (Tierra y excrementos) y Remedios Varo (Modernidad, 1936), junto a una primera y nutrida generación de artistas compañeras. También, el exilio, al que se le dedica por primera vez atención en este museo. Pero no dejen de contemplar el maravilloso tondo Bombardeo de Philip Guston, las Medallas de deshonor de David Smith y la salita del depósito especial de obras realizadas por André Masson en España.