The Light at the Edge of a Nightmare, 2002-2005
La galería Parra & Romero de Madrid expone The Light at the Edge of a Nightmare, cinco proyecciones videográficas que revelan el interés de David Lamelas por explorar los límites del espacio y el tiempo, así como sus procesos perceptivos. Elena Vozmediano recorre, en esta crítica, por ellos.
Lamelas alcanzó notoriedad a finales de los 60 con su participación en las bienales de São Paulo y de Venecia, y durante los 70 hizo aportaciones consideradas importantes al desarrollo del arte conceptual: en concreto, a la dialéctica entre documental y ficción en la imagen fílmica, al análisis de la transmisión de la información y de los elementos con los que se construye la narración cinematográfica. Tras estudiar en Londres y trabajar allí un tiempo, en 1974 se trasladó a Los Ángeles, donde se inspiró en las series de televisión para producir algunas piezas en las que experimentaba con las relaciones entre tiempo, espacio y lenguaje. A partir de 1980 su producción es escasa y la videoinstalación que ahora podemos ver no aporta gran cosa a la obra ya realizada.
The Light at the Edge of a Nightmare se compone de cinco breves "películas" que, a pesar de proyectarse en pantallas separadas, han de verse una tras otra, durante 85 minutos. Al igual que en algunas de sus piezas de los 70, como Cumulative Script o Film Script, la cámara sigue durante largos -qué largos se hacen...- minutos los pasos de unos personajes que se dirigen a un lugar, a una cita. Observamos alternativamente al hombre y a la mujer, mientras se supone que se va generando una tensión creciente, una expectativa y una intriga. Bastante débil, en realidad. No sé si Lamelas es mal director o si la liviandad psicológica, la estética de serie o película barata para televisión -o, como decía, de fotonovela-, y los rutinarios movimientos de cámara son deliberados. En todas las pantallas sucede más o menos lo mismo, con variaciones y permutaciones, según esa narrativa suya en la que el tiempo no fluye linealmente sino que va y viene, y en la que la escurridiza trama se desvía y se retoma.
En el encuentro final de los amantes la pasión brilla por su ausencia: se besan torpemente, sin deseo, y el navajazo se produce de la misma manera. Como de teatro de aficionados. Buenos Aires, Los Ángeles, Berlín, París y Londres, ciudades en las que ha vivido, son los escenarios elegidos, teniendo el desenlace lugar, sin que sepamos por qué, siempre junto al agua: en un puente o un puerto. Filmado en color y en blanco y negro, el relato se basa en dos acciones: movimiento -el caminar, el desplazamiento en coche, en metro...- y espionaje. Pero no hay nada creativo en las imágenes. El desarrollo de un planteamiento que podría haber dado más juego es muy válido para los 70 pero pobre para hoy.