Francisco de Goya: La familia del infante Don Luis de Borbón , 1784

Palacio Real. Patrocinada por la Fundación Banco Santander. Bailén s/n. Madrid. Hasta el 20 de enero.

Interesante exposición que narra el afán del infante Don Luis, hermano menor de Carlos III, por conservar la dignidad regia en su exilio, que incluía el cultivo de una importante colección artística. En total son 300 piezas entre las que destacan 17 obras de Francisco de Goya.

En 1783 Goya bregaba para conseguir una posición en la Corte. Llevaba una década en Madrid y, aunque sobrevivía pintando cartones para la Fábrica de Tapices y había conseguido un encargo importante para San Francisco el Grande, aspiraba a mucho más. En 1779, al morir Mengs, solicitó la plaza de primer pintor de cámara, que le arrebató Maella; en 1780 concursó por tercera vez para ingresar en la Academia de San Fernando, lográndolo. Conoció a Jovellanos que, con Floridablanca y Ceán Bermúdez, le introdujeron en el contexto intelectual y social que necesitaba para promocionarse; los dos primeros posaron para él en lo que sería el arranque de su brillante -y rentable- carrera como retratista. Cuando en verano de 1783 el infante don Luis le llama a Arenas de San Pedro desea que retrate a su familia, y queda tan contento que le invita el verano siguiente.



Don Luis había sido expulsado de la Corte en 1776 tras su matrimonio morganático con Mª Teresa de Vallabriga, de 17 años, empujado por su hermano Carlos III para evitar que él o sus hijos pudieran optar al trono. Asumió su destino pero no renunció a llevar una vida principesca, que podía costearse. Esta interesantísima exposición comisariada por Francisco Calvo Serraller narra el afán del infante por conservar la dignidad regia en su exilio, que incluía el cultivo de una importante colección artística y de historia natural. En el inventario hecho a su muerte figuraban 5.622 obras de arte, 909 de ellas pinturas. Poseyó el Cristo de Velázquez, La torre de Babel de Brueghel, la Virgen con el Niño de Van der Weyden, entre otras obras maestras, pero también muchas, muchas obras menores. Tuvo sus propios pintores de cámara, entre ellos Luis Paret, deportado a Puerto Rico por su implicación en las cacerías sexuales del infante. También su orquesta de cámara, su compositor, Boccherini y su arquitecto de cabecera, Ventura Rodríguez -ambos retratados aquí-, que intervino en varios de los palacios -se muestran las trazas- por los que sucesivamente erró la corte del infante en Villaviciosa, Boadilla, Velada y Arenas.



Tiépolo: Tipos populares espñoles, 1770 (detalle)

La exposición podría haberse concebido con aún mayor exigencia en cuanto a la perfecta adecuación de las piezas al momento histórico y artístico que ilustra pero cumple su función: analizar el entorno familiar y cultural del country gentleman en el que se transformó a su pesar el infante. El Palacio de la Mosquera en Arenas, al pie de la Sierra de Gredos, sólo lo disfrutó entre 1783 y 1785, fecha de su muerte. En su segunda estancia allí Goya pintó el retrato de grupo sobre el que pivota la muestra. Aunque ya ha estado en Madrid, es obligado acercarse al Palacio Real para volver a contemplarlo.



Porque es un cuadro prodigioso. Una conversation piece sin precedentes en España, tan rara como los cuadros más raros de Goya, en la que se compatibilizan cercanía y distanciamiento, cotidianidad y hieratismo. Una sola vela ilumina de forma inverosímil la escena, en la que catorce personas se apelotonan en torno a una mesa de juego. El centro de la composición no lo ocupa el infante sino su joven esposa. Les acompañan dos camareras, el peluquero, la nodriza, los tres niños, el ayudante de cámara y los secretarios; el que sonríe podría ser Francisco del Campo, secretario ¿y amante? de Mª Teresa. Goya se autorretrata como hiciera el año anterior, entre ambicioso y servil, en el retrato de Floridablanca. En la primera sala se hace una somera y acertada comparación con obras algo anteriores que comparten rasgos con ésta. Pérez Sánchez ya señaló la similitud con el Experimento con un pájaro en la bomba de aire de Wright of Derby, y aquí tenemos ocasión de comprobar parecidos y diferencias. Se muestran junto a la Sagrada Cena de Maella, y el pequeño cuadro Hércules y Onfala, en el que se ha visto una burla del áspero dominio que Mª Teresa ejercía sobre don Luis.



Luis Paret y Alcázar: Cebra, 1746-1799 (detalle)

Quizá hubiera un recuerdo de ese enlace desigual en La boda de Goya, que flanquea los retratos a la antigua del infante y su esposa que hizo el pintor en su primera estancia. Se entiende menos la inclusión aquí de Las parejas reales, de Paret, a no ser que se quiera insinuar la caída de don Luis desde los fastos de la Corte al ámbito rural.



La siguiente sala es una maravillosa galería de retratos de la familia, con cuatro del infante -de Ranc, Antonio González (dos) y Mengs- y todos los demás de Goya: Mª Teresa a caballo y de medio cuerpo, el primogénito Luis Mª de niño y como cardenal, la niña Mª Teresa -el Prado no ha prestado su retrato como condesa de Chinchón- y Mª Luisa, tercera hija, adulta y duquesa de San Fernando. Se presenta después a algunas personas que tuvieron relación con la familia: el confesor que habría espoleado la desconfianza del rey hacia su hermano; Godoy, que se casaría con la hija mayor del infante y conseguiría rehabilitarlos socialmente, en el estupendo retrato de Bayeu; y su amante y luego esposa Pepita Tudó -innecesario: es ya otro momento histórico y artístico-, por José de Madrazo.



Las tres salas monográficas dedicadas a Paret y a Goya sobraban. Es cierto que Paret fue pintor de don Luis pero durante poco tiempo, y en su testamentaría no había más que cinco obras suyas. Se quiere reivindicar su importancia artística en este último tercio del siglo XVIII y la peculiaridad de su afrancesamiento pictórico pero, aunque apreciemos la oportunidad de ver juntas una treintena de obras suyas, el explayamiento no se justifica por una elevada calidad de todo lo elegido. Más desconcierta la sala de Goya, que pretende resumir en seis obras de distintos momentos una trayectoria tan amplia y compleja.



El resto de la exposición es una aproximación a las colecciones de historia natural y pintura de don Luis. Se da protagonismo a las pinturas de tipos populares: no valen gran cosa las de su maestro de dibujo, Sasso y las de Carnicero, al contrario que los fascinantes pasteles de Tiépolo, entre los que destaca el caprichoso amontonamiento de ojos en el último de ellos. El "gabinete" del infante era bastante completo, aunque no abundaban en él piezas de la mejor calidad, y el montaje nos permite hacernos una idea de cómo serían aquellas kunstkammer en las que reyes y príncipes invertían ingentes sumas y esfuerzos, haciéndose traer rarezas de todos los continentes. Los animales exóticos, vivos, eran muy valorados, y Paret quedó encargado de retratar los de don Luis, en extraordinarias acuarelas de las que se exhiben las cuatro que conserva el Prado. En cuanto a la colección de pintura, para la que tuvo como asesor a Mengs, encontramos una pequeña representación, montada como antaño cubriendo las paredes, que incluye dos buenos Ribera, dos Vernet -que se ven mal-, un Vitale y poco más que se pueda destacar.