Vista general de la exposición

Palacio de Velázquez. Parque del Retiro. Madrid. Hasta el 15 de abril.

Es su primera gran retrospectiva en España y la espera ha merecido la pena. El austríaco Heimo Zobernig ha propuesto una contundente intervención que modifica de manera sorprendente la experiencia del espacio del Palacio de Velázquez a través de un inesperado telón de teatro que funciona como muro. Un repaso a su producción de las últimas décadas.

La experiencia nos ha enseñado que los dos espacios expositivos que el Museo Reina Sofía posee en el madrileño parque del Retiro, los Palacios de Cristal y de Velázquez, resultan tan atractivos para los artistas como arriesgados y peligrosos para el resultado de sus propuestas. La transparencia y conjunción con el entorno del primero y la especial luminosidad y distribución del segundo, hacen que sus virtudes se contrapongan, a veces, con las obras que hospedan.



Untitled, 2012

De ahí, de ese conocimiento proviene mi admiración ante la propuesta del austríaco Heimo Zobernig (Mauthen, 1958) y su comisario, Jürgen Bock, para su primera retrospectiva en España. Hace del interior del Palacio de Velázquez y su arquitectura el núcleo generador de disposiciones visuales de las piezas, las que, a su vez, dan lugar a ubicaciones y espacios propios que provocan nuevas interacciones entre mirada y lugar. No es que las piezas individualmente no tengan su propia identidad, que la tienen, o que no le interese al artista un recorrido cronológico comprensivo de su producción desde los 80 hasta hoy, que lo hace a través de 40 obras, sino que el punto central de la muestra atañe, más que a la valoración singular, a los cambios de percepción y, por tanto, de ánimo y disponibilidad emocional que el espectador experimenta durante su visita.



Es más, en un número suficiente de casos, las piezas apenas encajan en una misma disciplina: son pinturas, pero su disposición y montaje discute su condición parietal; son esculturas, pero invaden el espacio hasta enseñorearse de él; son instalaciones, pero dejan ver sus artificios y simulacros abiertamente cuando no confunden significante y mobiliario. Incluso la materia misma de la que están hechas las obras rehúye sus propiedades artísticas a favor de lo frágil y accesible. En un curioso límite, por ejemplo, sobre un pedestal más alto de lo normal, cimbrea una escultura hecha con rollos de cartón de papel higiénico.



En un rápido recorrido en sentido inverso a las agujas del reloj, Zobernig muestra algunas de sus últimas pinturas -cuya intensidad monocromática apagan las telas de la misma gama ante las que cuelgan-, y sus sardónicas inscripciones ("Tasa de transacción financiera", "Pintura-Escultura"). También encontramos un grupo de bastidores cubiertos de tela de saco que conforman un volumen escultórico diamantino. El cubo blanco de una de las salas está ocupado por un gigantesco "cubo negro" que obliga a circundarlo; otra muestra el suelo cubierto por moqueta pintada de negro en la que se imprime el dibujo de las huellas del público. Asimismo, un recinto gigantesco repite en una proyección el color y los juegos drapeados de una falsa cortina, volviéndolo todo anaranjado y los falsos tabiques usados en la exposición anterior construyen un pasillo de muros heridos y maltratados. Finalmente, un amplio recinto de cortinas negras, que corta y fragmenta el área central del Palacio, acoge pinturas monocromas en blanco y negro entre las que se entrometen dos pantallas de proyección.



Vista de la exposición

No cabe duda de que una de las intenciones capitales del artista es intensificar el carácter performático de su hacer y expandirlo a la vivencia ajena. En esta extraordinaria exposición lo logra en un grado superior.