S/T-VI, 2009 (de la serie Cercar el silencio)
En estas últimas semanas tenemos la oportunidad de asistir a una serie de propuestas interconectadas de Ignacio Llamas (Toledo, 1970) en diversos lugares.
Casi simultáneamente, tiene exposiciones en la Galería Adora Calvo de Salamanca, en el Museo Patio Herreriano de Valladolid y en la Galería Arana Poveda de Madrid. Por lo que se refiere al despliegue de esos contextos comprobamos la estricta coherencia de un artista que viene trabajando sobre las relaciones espaciales y de escala entre sus obras y los entornos en los que se exponen, configurando una atmósfera reconocible en toda su trayectoria. La obra de Ignacio Llamas se ha centrado en un juego entre los interiores y exteriores de sus cajas y paisajes, en los que la atmósfera, la luz e incluso el sonido entran a formar parte de una experiencia espacial.
En la exposición de Salamanca, en la que nos centraremos, encontramos obras que casi podrían ser una sola instalación. Asistimos al montaje de paisajes recreados a modo de dioramas en los que el blanco de las superficies rugosas de su orografía sólo es roto por la presencia de figuras arbóreas, ramas quemadas a modo de bonsáis silenciosos, que dibujan sobre esa textura su sombra de ceniza. Del mismo modo, entornos minimalistas en los que pequeñas réplicas de mobiliario, sillones o sillas, conviven con pequeños árboles bajo la atenta mirada de una luz cenital.
Instalación en la galería AranaPoveda, Madrid
Esos mismos paisajes, que podemos ver sobre las mesas iluminadas que se disponen en la galería, son reproducidos en fotografías de gran formato en blanco y negro que trazan una impresión análoga de luces y sombras en las dos dimensiones.
Montadas a una altura inferior de lo habitual, con buen criterio si se trata de reforzar la idea de las escalas, las imágenes ofrecen reconstrucciones de los ángulos que podemos buscar al contemplar las maquetas. El efecto de instalación conjunta se consigue con eficacia con la iluminación y un hilo musical igualmente mínimo, creado por el propio Llamas a partir de fragmentos de otras grabaciones de sonido ambiente que después componen un
collage audible sobre el contexto visual de sus montajes.
La obra de Llamas discurre así, por la habitabilidad de los espacios vacíos. De sus cajas blancas, cuyas pequeñas aberturas dejaban ver interiores al mismo tiempo inquietantes y pacíficos, asistimos ahora a una extensión en la que lo natural se filtra como parte de pequeños escenarios teatrales.
Es como si Llamas hubiera decidido ocupar el espacio interior de los cubos modulares del minimalismo, dotándolos de una vida interior recargada con un nuevo potencial simbólico. Quizá podamos encontrar en ese acto de ocupación, de recreación del juego de luces y sombras del cubo blanco abierto y sutilmente habitado, una íntima transgresión que repercute en el espacio interior de las obras y en el más alusivo que nosotros, como espectadores, utilizamos al transitar por la sala para asomarnos a esos escenarios.