Robert Adams, al final del camino
El lugar donde vivimos
8 marzo, 2013 01:00Longmont, Colorado, 1979
La obra de Robert Adams adquirió renombre a partir de la mítica exposición New Topographics, recientemente reconstruida por la George Eastman House y el Center for Creative Photography. Aquella muestra fue la declaración de principios de una nueva sensibilidad hacia el paisaje, plasmada en la obra del propio Adams, Lewis Baltz, Nicholas Nixon o Frank Golke, entre otros. Su característica común era el carácter deflacionario de su visión del entorno y la propuesta de una nueva mirada sobre el paisaje contemporáneo que busca desplazar el interés de la naturaleza virgen a la relación del hombre con su entorno. Desde entonces, Adams ha continuado calladamente su trabajo, construyendo una lectura moderna del Gran Oeste, que busca combinar la tradición del paisajismo americano con la realidad del territorio y que lo convierte en una figura clave para comprender el paisajismo contemporáneo.
Sin título, 1985-87
Tampoco facilita la lectura de sus fotos la composición. A diferencia de Ansel Adams, quien realiza dramáticas interpretaciones del paisaje, en las que el aprovechamiento al máximo de la gama de contrastes crea contraposiciones de blancos y negros que dan profundidad y estructura a las fotografías, Robert Adams se inspira en los pioneros del paisajismo, como Tim O' Sullivan y sus fotos constituyen a menudo vistas, más que paisajes, siguiendo la terminología de Rosalind Krauss. La vista renuncia a la estructura de la representación en planos, marcados por el juego de luces y sombras, a la estética de lo sublime propia del Romanticismo para insertar la imagen en el ámbito de lo topográfico, de la descripción del territorio.
De ahí la luz plana, la falta de contrastes, la condición de espacio abierto de los espacios hacia los que Robert Adams dirige su cámara. Y la desaparición del concepto de Naturaleza virgen, clave en el ideario romántico. Como he mencionado al principio, Adams se sitúa al final del camino, en lo que ha quedado tras el paso del hombre por esa naturaleza que se mantuvo intacta hasta el XIX. Y nos la señala, en un juego de inmensa melancolía.