Caps, calces i mitjons (Etnografia), 1973

MACBA. Plazas dels Àngels, 1. BARCELONA. Hasta el 26 de mayo.



El MACBA inició una necesaria labor de recuperación y revisión de los años 70 y 80 que está cambiando nuestra percepción de la época. Hasta ahora hemos visto las exposiciones de Benet Rossell, Joan Rabascall, Àngels Ribé... que, a las generaciones que no vivimos aquel momento, al menos nos han hecho tomar conciencia de un denso y complejo panorama artístico. Ahora se exhibe una monográfica de Eulàlia Grau (Tarrassa, 1946), que representa una contribución más para completar el contexto cultural de la época desde una perspectiva plural y diversa. Construir y visualizar este contexto ha sido una de las aportaciones del museo. En sus declaraciones, Eulàlia Grau habla de sí misma como una creadora implicada socialmente. El título de la exposición, Nunca he pintado ángeles dorados, alude a su convicción de que el artista debe responder críticamente a su entorno y no puede evadirse con especulaciones formales o de tipo estético. Su objetivo es "desenmascarar" las contradicciones sociales, denunciar los mecanismos del sistema socioeconómico. La obra de esta artista puede calificarse, como "entre el arte y el activismo".



Grau trabaja con imágenes extraídas de los medios de comunicación, como el fotomontaje y el collage, técnicas como la serigrafía y soportes diversos que van desde la tela hasta el libro y la revista. La artista se inserta, pues, en una tradición de arte comprometido, que aporta una contraimagen al discurso dominante, una filiación que se inicia con John Heartfield y que tiene continuidad, entre otros muchos, con Martha Rosler.



En un principio, siguiendo esta tradición, Grau selecciona fotografías de los medios de comunicación y con ellas realiza asociaciones que, fuera de su contexto original, sugieren nuevos significados. Los valores burgueses, la sociedad de consumo, la desigualdad social, la discriminación de la mujer, los roles de género... son, entre otros, algunos de los temas tratados por la artista. Sin embargo, con el tiempo, Eulàlia Grau acabará por articular una narrativa más compleja, más allá del juego de contrastes de imágenes. Uno de sus trabajos más elaborados es el titulado Inventemos también nosotros (1976) en el que contrapone dos personajes y el diferente tratamiento de que son objeto por parte de la prensa. Por un lado, Juan Vilá Reyes, empresario implicado en un fraude -el caso Matesa- y posteriormente indultado. Y por otro, Diego Navarro, un obrero sin historia que, ingresado en prisión en extrañas circunstancias, se suicidó. La avalancha informativa de Vila Reyes contrasta con el vacío de Diego Navarro.



Falta por saber los límites y posibilidades de este arte de compromiso político. La mía es una generación que ha visto cómo el arte político -por nombrarlo de algún modo- se había institucionalizado. Aún más, con el paso del tiempo hemos ido comprobando cómo el pretendido discurso crítico no sólo era absorbido e instrumentalizado, sino que ha pasado a alimentar y consolidar las mismas instituciones que supuestamente cuestionaba. Sin embargo, en el caso de Eulàlia Grau, esas piezas que se realizaron durante el tardofranquismo y la Transición, poseen sobre todo el valor de ser la expresión del espíritu de la época, una época, a pesar de todas las contradicciones, profundamente esperanzada. Tal vez, más que portadora de un discurso crítico, Eulàlia Grau sea la expresión de un deseo, el deseo de un arte que hablara de una manera directa y que respondiera a la necesidad de pensar y posicionarse ante el entorno social y político. Eulàlia Grau buscaba un lenguaje político, pero intuyo que ella -y aquella época- creía en el arte y en la capacidad de la crítica. Luego las cosas han sido diferentes. En todo caso, aquel mensaje profundamente optimista, la confianza en las posibilidades subversivas de un arte auténticamente crítico han desaparecido o, lo que es peor, se han institucionalizado.