Intervención de Marina Núñez en la Capilla

Museo Patio Herreriano. Jorge Guillén, 6. Valladolid. Hasta el 30 de junio.



El boca a boca y el reguero de visitas ha obligado al museo a prorrogar (con coste adicional y a pesar de la crisis) la intervención de Marina Núñez (Palencia, 1966) en la Capilla funeraria de los Condes de Fuensaldaña que, antes de su restauración como museo, sirvió de camposanto para más difuntos. La artista se ciñó a la función original de la Capilla, construida para protegerles de su temor último: el Infierno. Y con su proyección de imágenes sobre el propio Infierno estos muros han alcanzado una monumentalidad que quizás no hayan tenido jamás.



La penumbra de la música sacra remasterizada por Núñez, ralentizada e invertida en su secuencia del Réquiem de Mozart, el San Juan de Bach, Selva Morale de Monteverdi, y el Ave María de Schubert cantado por María Callas junto a pavorosos susurros y el crepitar del fuego, nos envuelve entre las videoproyecciones que reconstruyen el perdido rosetón, a modo de enigmático círculo de energía, y la ventana ojival en llamas, como auténtica puerta del Infierno sobre la que, según Dante, lucía la inscripción: "abandona la esperanza si entras aquí".



La representación literaria y plástica del Infierno fue muy frecuente en pórticos y pinturas durante el Medievo y todavía en el Renacimiento, iconografías que están inscritas en el fondo del imaginario de esta artista palentina; en especial, si nos referimos a la larga transición entre el gótico internacional y el realismo del humanismo, de la que resulta una figuración provista todavía de violencia expresiva. Por ejemplo, en el fresco del Juicio Final en la catedral de Orvieto de Luca Signorelli, que bien puede haber estado entre las referencias en las que se ha inspirado para la proyección central en el otrora altar: con cuerpos desnudos que salen de las llamas, intentando reptar y ascender para volver a caer flameantes en el lago de fuego, como Ícaros incandescentes en un eterno retorno.



Sin embargo, por admirable y verosímil que sea esta representación -dado el grado de virtuosismo de Núñez en técnicas 3D-, no sería justo reducir este complejo trabajo al eventual impacto de efectos especiales. Ya que la artista ha traducido y reducido conceptualmente lo que podemos imaginar sobre el Infierno en términos actuales. Es obvio que el trabajo de Marina Núñez ha entrado últimamente en un período álgido de creación, cuando la obra parece cristalizar cerrándose perfecta sobre sí misma. Dos parejas de proyecciones, ocupando los arcosolios destinados a los enterramientos, frente a frente, representan otros tantos círculos que inscriben mujeres sexuadas repitiendo hasta la eternidad dinámicas inversas, centrífugas y centrípetas. Mientras unas, como poseídas, intentan purgarse, escarbando en su sexo y desollándose la piel, las otras comprueban una y otra vez los límites de la esfera mental donde se hallan encerradas, para siempre. Nuevas figuras que vienen a suceder, en la iconografía creada por la artista, a las histéricas y cyborgs ingrávidos de sus series Ciencia y ficción y Error, monstruas y extáticas habitantes de cielos azul fluorescente e infiernos negros e impenetrables.



Dice Núñez, siguiendo al Sartre de A puerta abierta, que "el infierno no hay que buscarlo fuera, está dentro": imposible huir. Como a duras penas salimos de esta Capilla, absortos en la introspección. Pero a pesar del recogimiento de la experiencia, es posible otra aproximación. Al final del Infierno de Dante se llega al noveno círculo de pecadores, donde se encuentran fraudulentos y traidores, aquellos que abusaron de la confianza privada y pública, condenados a penas eternas. ¿Vivimos en el Infierno?