Edith, Chincoteague Island (Virginia), 1967
La Fundación MAPFRE organiza la exposición más completa de Emmet Gowin hasta la fecha. Sus célebres fotografías familiares se exhiben junto con material inédito y fotografías aéreas tomadas en España por encargo de la Fundación.
Aquí podremos conocer muy bien no sólo la obra de Gowin sino también, a través del catálogo, su biografía, su formación y su progreso profesional. En los textos se incide mucho en la religiosidad del artista (su padre era un pastor metodista y su madre una cuáquera practicante) o en el desarrollo de su vocación como fotógrafo, y se cargan las tintas sobre la importancia de los afectos familiares en su trabajo. Eso está ahí, no hay duda, pero no habría estado de más que nos explicaran cómo se inserta en las prácticas artísticas de su época. Gowin no fue un inspirado solitario al margen del mundo, por más que la pequeña ciudad de Danville fuera un medio peculiar para crecer como artista. Fue alumno de Harry Callahan en la Rhode Island School of Design y celebró en 1968 su primera exposición gracias a Ralph Eugene Meatyard, que estaba haciendo como él fotos de su familia (The Family Album of Lucybelle Crater, mucho más inquietante).
Se menciona, pero no se estudia, su deuda con el Let Us Now Praise Famous Men de Walker Evans, y nada se dice sobre los precedentes y el posterior eco de sus fotografías aéreas. Tuvo que conocer, por ejemplo, la obra de William Garnett, que había expuesto como él en la George Eastman House y fue seleccionado para The Family of Man, una temprana referencia para Gowin. Tampoco se habla de sus relaciones con los New Topographics (expuso con Robert Adams en el MoMA, ya en 1971), ni de la trascendencia de su obra en dos direcciones: por un lado, la mirada desde dentro a la familia, que veremos en la también virginiana Sally Mann (su influencia es muy evidente en ella) o, más adelante, en Nan Goldin o Richard Billingham; por otro, la fascinación por la "tierra que pinta", que se contagia rápidamente a su discípulo David Maisel pero que está también en Terry Evans, que hace las primeras fotografías aéreas de las praderas el mismo año, 1980, en que Gowin se acerca por aire al volcán St. Helens, o en Edward Burtynsky.
La trayectoria de Gowin tiene dos etapas decisivas. La primera, que dura unos diez años, es la que dedica a retratar a su esposa y su círculo familiar más cercano: un clan humilde muy americano y religioso pero nada pacato. Lo más interesante en esas fotografías no son los retratos, aunque sean muy buenos, sino las escenas más inesperadas, y la manera en que integra el entorno semirural, doméstico y natural, en ellas. Hay un intermedio de fabulosas fotografías de jardines con efecto de gran angular, y las dos series que marcan el inicio de su vida errante: en Italia y en Petra, adonde le invita su ex-alumna en Princeton Noor de Jordania. En estas imágenes no demasiado originales introduce el virado en el positivado, que conservará en adelante. Desde la serie sobre el St. Helens, que había hecho erupción violentamente transformando el paisaje circundante, ha realizado magistrales fotografías aéreas durante más de 30 años. Frente a otros cultivadores del género, lo ha hecho siempre en blanco y negro y en el formato reducido que nunca ha abandonado. Lo que le interesa son las asombrosas composiciones "abstractas" que la acción del hombre (o los fenómenos naturales) dibujan sobre el terreno, con una sensibilidad más estética que ecológica, a pesar de haber buscado las cicatrices de las pruebas nucleares en varios estados.
Nunca ha dejado de fotografiar hermosamente a Edith, su mujer, pero su última serie con siluetas no está a la altura de su producción anterior. Ni la serie encargada por Mapfre de fotos aéreas del campo granadino, en color, que tiene sus bellezas pero no es comparable a las lunáticas geografías americanas.