Federico Zandomeneghi: Retrato de Diego Martelli con gorro rojo, 1879

Fundación Mapfre. Paseo de Recoletos, 23. Madrid. Hasta el 5 de enero.

Nostálgica y muy apropiada para el periodo otoñal, el principal atractivo de esta exposición es adentrarse en la hermandad de los Macchiaioli, muy poco conocidos en nuestro país, a pesar de que su mundo de honor romántico y patriotismo fuera popularizado por el gran Visconti en sus célebres películas ambientadas en el Risorgimento, Senso y El Gattopardo. Con una selección de fragmentos, que casi deletrean lo que hemos visto antes en pintura y fotografía, se cierra esta antológica bien ordenada, que discurre desde el paisaje a la pintura de historia, y de las escenas intimistas al retrato.



Vanguardistas, políticos y bohemios, casi todos los pintores que se reunían en el Caffè Michelangiolo de la florentina vía Cavour desde 1852 a 1866, participaron en alguna contienda en pos de la unidad y la renovación de Italia. Tan importante para ellos como la renovación de la vieja pintura en la cercana y siempre atacada Academia de Bellas Artes, a la que calificaron de "cuartel de inválidos", "semillero de mediocridad" y "cementerio del arte" en sus órganos de expresión el Gazzettino delle Arti del Disegno e Il Giornale Artistico. Donde proclaman la vuelta a la naturaleza, que practican con su pintura pleinair y a la simplicidad compositiva, inspirados en los primitivos del Trecento y del Quattrocento. Sin embargo, ni retrógados ni provincianos, los Macchiaioli son conscientes de su distancia con otros movimientos -como los Prerrafaelitas-, se interesan también por la fotografía e innovaciones técnicas como el espejo negro, muchos viajan a París, admiran a Corot y Courbet y entran en contacto con los protagonistas de la escuela de Barbizon. Su pintura va dirigida a las residencias urbanas de la burguesía del Risorgimento, con sus paredes tapizadas de damasco y cubiertas de cortinajes de terciopelo, sin que por rupturistas logren cosechar nunca las ganancias del éxito.



Desde 1861 adoptan el nombre de macchiaoli, que les va bien en todas sus acepciones. En Italiano, macchiaolo es alguien raro y extravagante y darsiallamacchia, "hacerse bandido". Macchia, mancha como marca de exclusión social y acepción peyorativa respecto a la calidad en el medio artístico, en el sentido de solo manchado, abocetado, mera ideación sin resolver ni concluir. Sin embargo, les proporciona un método que privilegia el estudio de masas y, según el pintor Signorini, "una forma tajante de claroscuro".



Telemaco Signorini: La Sirga en le Cascine de Florencia, 1864

En palabras de Adriano Cecioni, teórico del movimiento, un "modo de reproducir las impresiones del natural por medio de manchas de colores, de claros o de oscuros, como por ejemplo, una sola mancha de color para la cara, otra para los cabellos... y otro tanto dígase del suelo y del cielo". Para el mecenas Martelli, aquellas obras de pequeñas dimensiones "irradiaban una luz destinada a eliminar las tinieblas de la pintura académica", con sus falsas y espectrales velature. Por tanto, elogio de la realidad material y percepción taquigráfica de la intensa luz meridional del Mediterráneo, que quedará grabada en las retinas de los visitantes a esta exposición.



Formatos extremadamente apaisados y panorámicos -heredados de las predelas florentinas-, encuadres simplificados en dos o tres planos sucesivos, figuras recortadas sobre el cielo cristalino de la Toscana y el protagonismo del muro blanco como tema son otras aportaciones de los Macchiaoli. Una docena de pintores muy diversos entre sí, entre los que destacan Giuseppe Abbati gracias a su empastado (Morandi avant la lettre), el polifacético Giovanni Fattori, Silvestro Lega con sus intimistas escenas femeninas. Y, por encima de todos, el excéntrico Telemaco Signorini, del que se muestran aquí dos de sus telas más originales, polémicas e impactantes: La sirga y La sala de las agitadas en el Hospital de San Bonifacio de Florencia.



Como epílogo, se plantea la hipótesis de la influencia de este movimiento sobre la generación de fin de siglo de pintores españoles (Benlliure, Pinazo, Sorolla) a través de Fortuny, que apenas tuvo contacto con el grupo pero, como ellos, también fue influido por el pintor napolitano Morelli. Vínculo paradójico, ya que Fortuny, si bien modélico por su éxito para los jóvenes españoles, fue denostado por los Macchiaioli, por su pintura fácil y comercial, a la que el catalán renuncia en los últimos años buscando un ejercicio más libre. Argumento interesante desgranado en el catálogo por María López Fernández, conservadora jefe de la Fundación Mapfre, pero sin apoyatura visual en la exposición. Habrá que cruzar al Prado.