Fase 3

Galería Estrany-de la Mota. Passatge Mercader, 18. Barcelona. Hasta el 14 de diciembre. De 2.500 a 16.000 euros.

¿Qué es Black Tulip? ¿Qué se esconde bajo este nombre que sirve tanto para una exposición, un taller o una performance? Recientemente, las hemos visto en Halfhouse, la Nau Estruch y en el MUSAC, dentro de su actual exposición Conferencia performativa... Desde su web insisten en que no son un colectivo de artistas sino un paraguas que acoge a distintos creadores; que Black Tulip es un grupo anónimo y mutable. Sus proyectos son igual de diversos, y en ellos entran en juego tantos elementos como personas pasan por el grupo. Así sucede en Nou origen, que presentan en la galería Estrany-de La Mota. De entrada, porque se trata de una exposición que se produce en 4 fases y en cada una muda de formato.



La primera fase consistió en la puesta en marcha del montacargas de la galería que llevaba en desuso 15 años. Este gesto mínimo, que insistía en dejar la galería vacía, poco hacía presagiar el contundente desarrollo de la propuesta, porque la segunda fase consistió en levantar un andamio que recorre inestable todo el espacio a dos metros de altura. En la tercera fase, que es la actual, el andamio está cubierto de una lona blanca; han añadido un vídeo con referencias al laberinto en el cine y una extraña instalación en la que, como una pequeña caseta de madera, te asomas desde una escalera del andamio con una extraña sensación de encierro y peligro. Queda una cuarta fase, que se inaugurará el 26 de noviembre, en la que es de suponer que el espacio cambiará de nuevo.



Esta condición mutable, lo más novedoso del proyecto, implica un intento de respuesta a una de las cuestiones fundamentales en arte hoy: ¿qué hacer con la exposición? ¿Qué es una exposición? ¿Qué tipo de experiencia específica me ofrece que no me dé la consulta de un catálogo o la documentación en una web?





Fase 1



Frente a la mera muestra de objetos, Black Tulip trabajan sobre la experiencia de la exposición a dos niveles: en primer lugar, en la insistencia en la temporalidad del proyecto, generando expectativas y forzando a regresar para ver que ha pasado ahora; y, en segundo lugar, en la visita misma, en la experiencia de recorrer ese andamio de aspecto inseguro que ofrece una nueva experiencia del espacio. Ahí es donde se distancian de otros artistas como Gregor Schneider, por ejemplo, que trabaja con el espacio pero desde tensión, la angustia o la experiencia del miedo. Black Tulip son más autoreferenciales, más reflexivos sobre el propio sistema del arte, algo que parece inevitable en cualquier colectivo de artistas. En este caso, la parte invisible, el misterio sobre quienes entran o dejan de entrar, es tan importante como la visible, la exposición.



Si hasta ahora en sus propuestas Black Tulip ha puesto en cuestión el consenso sobre la obra como pieza única inmutable, como colectivo variable pone en cuestión una idea que, a pesar de todos los pesares, sigue inmutable en el arte: el autor como una entidad cerrada y coherente, en fin, la firma que ofrece seguridad sobre el objeto que se compra y se vende. Aquí no hay ni objeto ni autor. Pero, como hemos visto, sí propuestas y experiencias. Un plural que vuelve a remitir a lo colectivo y que se relaciona con otras prácticas que sí han asumido la autoría como algo fragmentado, casual o mutable.



En definitiva, sabemos que en música, teatro o cine la autoría diluida y colectiva está asumida con naturalidad. Parece que con Black Tulip esa idea de colaboración también es posible en el arte.