Retrato de Miss Jeanning, 1885

Museo de Bellas Artes. Museo Plaza, 2. Bilbao. Hasta el 26 de enero.

Organizada con ocasión de la conmemoración del centenario del fallecimiento del principal representante español del impresionismo, esta exposición reúne más de 130 obras que dan a conocer la aventura impresionista de Darío de Regoyos.

¿Y si Darío de Regoyos (Ribadesella, Asturias, 1857-Barcelona, 1913) hubiera viajado a París en lugar de a Bruselas? La formulación de potencialidades históricas nunca ha sido muy productiva, pero siempre resulta atractiva. Tras abandonar unos estudios de arquitectura que nunca le gustaron y finalizar su aprendizaje en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, Regoyos, aconsejado por Carlos de Haes, con quien se formó en el dibujo de paisaje, decide proseguir su formación en Bruselas, donde pudo perfeccionar esta técnica con Joseph Quinaux, un pintor de influencias románticas, más próximo a la idea de lo pintoresco, y en cuya obra se observan reflejos de los paisajes de Constable.



Pero, a pesar de lo que estaba menguando el mundo en los años finales del XIX, Bruselas seguía estando lejos de París. Tanto en el mapa como en la marcha de los tiempos. Regoyos se dirigió a Bruselas interesado por la pintura de paisaje, un género que en España no contaba con mucha aceptación entre un público inclinado hacia los temas más academicistas. Pero los ecos de la evolución de la pintura parecían llegar allí bastante atenuados, sin la presión de lo nuevo que fluye en los ambientes parisinos.



Regoyos vuelve convertido en "el impresionista español"... mientras sus colegas parisinos avanzan ya en otras direcciones. Alfredo Ramón lo expresaba hace unos años en un artículo publicado en Cuenta y Razón: "Regoyos acepta el estilo impresionista, que no es sino una forma de mirar la realidad, y lo traslada al paisaje español. No es un pintor moderno, en el sentido en que Baudelaire describe la Modernidad: lo efímero, el cambio constante; es alguien que alcanza una manera de ver y se queda plácidamente en ella".



La propia exposición da cuenta de este estancamiento. Estructurada más como una recopilación cronológica que como un estudio analítico, comienza con las obras realizadas en su época de estudiante, donde ya se aprecia el interés por retratar los espacios exteriores y los efectos de la luz, particularmente por los de la luz artificial, que utiliza en su Effets de Lumière, Bruselas, (1881) y que luego repetiría en varios de sus cuadros, como el que representa el paseo de La Concha en San Sebastián. Pasamos de ahí a La España negra, el libro que publicó con su amigo el poeta Émile Verhaeren y que da pie a una de las grandes cuestiones culturales de la España del siglo XX: el debate entre la España de la fiesta y la pandereta (tal como la veían) y la otra, seria, contenida, característicamente vestida de negro, que ilustró en varios de sus cuadros, como Las hijas de María (1891) o Noche de difuntos (1886). Pero tras el corto período puntillista, se observa el paso de la asimilación de un estilo a su uso reiterativo. La segunda parte de la muestra es un largo pasillo que abunda en los mismos planteamientos recorriendo más el paso de los años que una incierta evolución artística.



La obra de Regoyos se centra sobre todo en el País Vasco, donde residió y produjo gran parte de su obra. Él prefería la suave calima de la luz del Cantábrico al intenso sol de Castilla o Andalucía. De hecho, en sus cuadros se percibe mayor interés por la luz o el color que por las formas, que siempre aparecen indefinidas, aunque no por lograr la sensación de movimiento que perseguían los impresionistas franceses; las manchas de color de Regoyos dan una sensación de calma, como si sus personajes flotaran en el escenario del cuadro, sin un contorno definido que las delimite. "Si volviera a comenzar mi vida (escribió en el Mercure de France en 1905) volvería a utilizar una paleta clara, sin tierras y sin negros, y sólo haría paisaje, entregándome completamente a las impresiones que recibiera de la naturaleza".