Vista de la exposición Detroit, 2013

Galería Ponce + Robles. Alameda, 5. Madrid. Hasta el 10 de enero. De 480 a 3.600 euros.

No hay huellas de pinceles ni de brochas. Maíllo coloca sus lienzos en el suelo, los pisa y araña, llevándolos a su faceta más instintiva y cruda. Así es su exposición en la galería Ponce + Robles.

En cuestión de tres años, el joven Maíllo (Madrid, 1985) ha encontrado su lugar en el panorama artístico madrileño y una posición relevante entre quiénes asumen el riesgo de la práctica de la pintura. En este tiempo no sólo ha expuesto en ocho ocasiones, la mayoría en muestras colectivas, sino que ha demostrado una extraordinaria versatilidad y una capacidad de absorción determinantes. Ésta, su tercera exposición individual es, curiosamente, la más recatada de las que ha hecho y, a la vez, por contradictorio que parezca, la más radical en cuanto a su actitud personal frente a las exigencias de la pintura. Se ha desprendido de muchas de sus referencias directas al mundo de la imagen y al cómic, para colocarse, voluntariamente, en una abstracción consciente de cuanto de testimonial y biográfico hay en el juego del gesto y de la acción, por más que la figura se ausente.



Desde la entrada misma de la galería, el visitante queda atrapado por el color y la mirada, reconoce que su despliegue es máximo por lo reducido y acompasado de los colores elegidos: un azul poderoso y envolvente, un verde refrescante y un ácido naranja que invaden la visión y todas las piezas expuestas menos una, que parece anunciar un nuevo paso inmediato. Sólo después de esa avalancha toma uno conciencia de que, como en ocasiones anteriores, Maíllo no se limita a la superficie de la tela, sino que desborda la propia pintura, bien mediante composiciones de obras diversas, o por su conjunción con otros elementos significantes, como los fotogramas extraídos de distintos capítulos de la serie The Wire, impresos e intervenidos por el artista, y un vídeo que recoge un recorrido por su barrio de Getafe. Cuando unimos estos datos a algunas de las inscripciones habituales en sus obras, en las que leemos repetidamente el nombre de la ciudad de Detroit -que da título a la exposición-, se nos revela un viaje por los extrarradios urbanos y por la marginalidad que atraviesan las realidades, tan pavorosas como deprimentes, de la Detroit destruida y despoblada tras la ruina de la industria automovilística local, de la ficticia y a la vez verosímil Baltimore de los barrios de la droga, del tráfico portuario ilícito y de la corrupción política. También del Getafe madrileño bien conocido por el artista.



De la certeza de ese irritante y triste estado de las cosas deriva el uso de telas sin bastidor, arrojarlas al suelo y caminar sobre ellas y el peculiar uso del positivo y negativo superpuestos. También el montaje, absolutamente explícito en el rincón junto a la escalera, en el que se sustrae a la pieza cualquier condición 'lujosa', 'arreglada' o 'bien dispuesta', para hacer de ella testimonio de lo irregular, algo incompleto y asimétrico. Si no fuese excesivo diría que, voluntariamente, Maíllo ha querido realizar una pintura descarnada y 'sucia', que rompe incluso con las normas más irreverentes. Por así decirlo, su modo de pintar en el suelo y lo que pinta tiene poco que ver con la mística de Pollock y mucho con la ira de los vecinos de los barrios periféricos y con el abandono de los ciudadanos a su mala suerte.