Surrender, video de Bill Viola colgado entre las obras de la Academia.
Puede decirse, a grandes rasgos, que la obra del norteamericano Bill Viola (Nueva York, 1951) puede dividirse en dos periodos diferenciados, el primero cubre desde los últimos años setenta del siglo pasado hasta mediada la década de los noventa y se caracteriza podríamos decir por un uso laico del video, la performance y el arte del cuerpo, que ha producido a mi juicio muchas de sus obras más relevantes; el segundo, fecha su inicio en el verano de 1995, cuándo mostró en el Pabellón estadounidense de la 46ª Bienal de Venecia el video El saludo, que recreaba, digamos que de forma secularizada La visitación de Pontormo, reduciendo a tres las cuatro figuras femeninas de la obra original, y que señalaba su irresistible atracción por la religiosidad y la iconografía religiosa. Desde esa fecha hasta la actualidad su trabajo se ha ceñido a ese ámbito, en el que ha profundizado a la vez que desplegado técnicas cada vez más sofisticadas en sus modos de apropiación y representación, en ocasiones con resultados admirables y en otras tan discutibles como decepcionantes.El propio artista ha declarado en un sinfín de ocasiones su admiración por los artistas del renacimiento y el barroco europeos, de manera muy especial Zurbarán, Goya, Ribera... y, por así decirlo, su intención si no de medirse, sí de dialogar con ellos de forma paritaria.
Ahora el Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, dentro del programa abierto por la institución para incluir artistas contemporáneos en sus propuestas, y que ya deparó en 2011 la muestra de Arnulf Rainer sobre los grabados de Goya, ofrece a Viola la oportunidad de emplazar cuatro obras suyas en convivencia con las de los grandes autores que las ocupan. Se da la circunstancia, además, de que el Teatro Real representa estos días Tristán e Isolda, de Wagner, en cuya escenografía participa Viola con sus proyecciones de vídeo, que ha sido una de sus iniciativas más aplaudidas.
Las cuatro video-instalaciones están fechadas entre 2000 y 2001, es decir justo cuándo inició su fecundo ciclo titulado Las Pasiones, que tiene como motivos los derivados de la Pasión de Cristo, especialmente el dolor y la resurrección. El Quinteto de los Silenciosos (2000) ocupa un recinto propio al que se accede tras ver pinturas mayores de los tenebristas españoles, Ribera y Ribalta.
Quinteto Silencioso, de Bill Viola.
Los autores de la idea, el pintor y académico Jordi Teixidor y la galerista Idoia Fernández, no han concebido una muestra monográfica sobre esta numerosísima vertiente del trabajo de Viola, ni tampoco han buscado un refrendo entre obras específicas -por ejemplo, el motivo primerizo de Dolorosa fue un díptico de Dieric Bouts, no las obras del Greco o Morales-; sino que más bien han compuesto un ensayo delicado y ligero, con la única voluntad clara de facilitar al visitante de la muestra una experiencia artística que une momentos cronológicamente muy alejados en un solo tiempo e instante. Más que la similitud iconográfica -en estas obras mucho más neutra que la que exhiben piezas como Emergence, 2002, que reproduce las figuras y el escenario del cuadro de Massolino que le sirve de motivo- podríamos decir que que empareja a éstas con las obras clásicas son las cuestiones relativas a las emociones, al pathos trágico que se desprende tanto de las obras propias -intensificado por el uso de la cámara superlenta- como de la pinturas del Siglo de Oro español e incluso de las escenas goyescas.
Y ocurre, al menos a mí me ocurre, que es precisamente la expresión de los sentimientos lo que me hace llevar cada obra a su propia época y a su atmósfera propia. La energía emocional que desprenden, uno a uno e independientes entre sí, los cinco varones que componen el friso silencioso en el que parecen reconocerse los integrantes del Prendimiento de Gerhard Seghers situados enfrente, el llanto interminable de la dolorosa y de su compañero de díptico, que contrasta con la explosión anímica y facial de la pareja de Montaña silenciosa, y la anómala relación de la que a su vez enfrenta bajo el agua -reina de las metáforas del artista- a quienes llevan a cabo su particular Rendición no pueden eludir su contemporaneidad. No pueden tampoco impedir una empatía que los hace nuestros semejantes e iguales, mientras que la estática agonía de la Virgen de Morales o las quietas meditaciones de los santos prestos al martirio retornan a su tiempo, del que quizás habían por un momento escapado, empujadas hacía allá precisamente por la presencia de estos vídeos de Bill Viola.