Ixión, de Giovanni Battista Langetti.
Bajo la dirección de Miguel Falomir el Museo del Prado presenta Las Furias, interesante exposición con veintiocho obras donde se desgrana los cambios de sentido y significado de este motivo iconográfico en su viaje por Europa, desde su creación a mediados del siglo XVI hasta finales del siglo XVII, atravesando religiones y territorios políticos.Para el jefe del Departamento de Pintura Italiana y Francesa es una ocasión,una vez más, para mostrar la importancia de la recepción de la Antigüedad durante el Renacimiento y el fortalecimiento de la tradición artística, con sus propias reglas, durante la unidad cultural del Barroco. Pero puesto que Falomir es quizás en nuestra pinacoteca el conservador con más sensibilidad para conectar con los públicos, el resultado es un montaje monumental, tan atractivo como abierto a interpretaciones diversas de calado muy actual.
La clave de la lectura se encuentra en la antecámara del recorrido, donde por primera vez se expone un dibujo de Miguel Ángel en el Museo del Prado. Se trata del que il divino regaló a su deseado Tommaso de' Cavalieri en 1532, que muestra en una cara la amenaza del suplicio de Ticio -un buitre se cierne sobre su hígado, para los antiguos, raíz de la lujuria-, mientras que en el anverso con su silueta calcada e invertida se delinea un Cristo resucitado, expresando con extremo dramatismo el dilema del amor neoplatónico homoerótico.
Porque, al cabo, será Ticio el personaje con más protagonismo en la tradición pictórica barroca a partir del cuarteto formado junto a los condenados Tántalo, Sísifo e Ixión, que María de Hungría encargó a Tiziano. Y que, por una extraña contaminación, fue denominado Las Furias, cuando en la mitología estas eran las vengadoras que vigilaban los castigos a aquellos cuatro involucrados en violaciones sexuales contra mujeres y niños -de hecho, luego así se denominó despectivamente a las protofeministas que protestaron al no obtener el derecho de ciudadanía tras la Revolución Francesa. Aunque el período barroco fue época de mujeres regentes, lo que produjo un incipiente combate entre los sexos, que se manifestó también como contestación femenina, por ejemplo, ostensible en la iconografía de Judith y Holofernes, recreado por Artemisia Gentileschi entre otras pintoras; podemos seguir con Falomir la lectura historiográfica tradicional, en la que para María de Hungría, regente en los Países Bajos, el sentido también era político, pero en defensa de la hegemonía de su hermano Carlos V, de manera que estas Furias evidenciaban la amenaza ante sus posibles adversarios, en una suerte de versión sintetizada de la iconografía más habitual de la Gigantomaquía, como se muestra aquí en la espléndida medalla del Emperador Carlos V con el reverso La lucha de Júpiter y los titanes realizada por Leone Leoni,y que garantizará la convivencia posterior del grupo junto a Prometeo.
Ticio de Ribera.
Pero también sintomáticos de ese periodo misógino, cuando se popularizó el Sebastián asaetado, son los desnudos desafiando la gravedad, perfectos exempliartis académicos, como los excelentes grabados de Goltzius a partir de los lienzos de Corneliusz van Haarlem, y que tienen su modelo en el Ganímedes miguelangelesco, pendant del Ticio.
El Prado se suma así a la perspectiva de género en la historia del arte cultivada por otros museos principales, como el Muséed'Orsay con su reciente exposición Masculine/Masculine.