Brutalismo, 2014
La segunda exposición individual de Marlon de Azambuja (1978) en Max Estrella me parece la más sugerente y de mayor calado de las siempre atractivas propuestas que presenta el artista brasileño afincado en Madrid, como las que hemos visto en Abierto x Obras, de Matadero, o en Espacio OTR. Más afiladamente que nunca la existencia y el encaje de las piezas que componen esta exposición proporcionan al espectador la lógica de la experiencia a la que se le invita y las armas intelectuales para hacerla suya. Todas las piezas juegan en torno a uno de los principales asertos condicionales expresados por el arquitecto Le Corbusier durante su diseño de la ciudad india de Chandigarh, el proyecto de ciudad ideal en el que trabajó desde el inicio de los años 50 del siglo XX hasta su fallecimiento en 1965, y que reza: "La veracidad de los materiales de construcción, hormigón, ladrillos y piedra se mantendrán en todos los edificios construidos o que se construirán". De esa consigna, Marlon de Azambuja deduce un modelo ético que va más allá del pensamiento arquitectónico para desplazarse a cualquier actividad artística, y un prontuario tan eficaz como imprescindible para el conocimiento y el juicio sobre el hábitat urbano en que residimos o que visitamos.La primera obra que avista el espectador, Sin título (Edicto), es tanto un manifiesto como una primera y muy elegante metáfora de lo que afirmo. Contra la pared, una estructura de cristal que sugiere un edificio "transparente" en cuya fachada se inscribe, dibujada a rotulador, la cita de Le Corbusier, cuya literalidad se pierde y se confunde al mínimo desplazamiento del espectador. Verdad tan cierta como huidiza, tangible pero sometida a la confusión. La pieza principal, Brutalismo, que da título a la exposición, ocupa la sala grande, la construcción a escala reducida de una ciudad, con edificios de diferentes ladrillos, piedras u hormigón, de modo que es el color y la forma de cada material específico el que da la imagen individual propia de cada uno. No sé si el propio Marlon ha diseñado los soportes metálicos o gatos, vivamente tocados en algunos puntos con los colores azul o rojo, que sostienen aparejos de ladrillos o simples cilindros u óvalos de hormigón. El dibujo distinto de los huecos de la testa de los distintos ladrillos diseña fachadas diferentes. Es una ciudad que extrae la peculiar belleza que hallamos en las cosas materiales. En la pared, tres cuadros sencillísimos, de buen acabado y textura, representan la escuadra y el cartabón, instrumentos elementales del dibujo técnico.
Ciertamente, no es Marlon de Azambuja el primer artista en ofrecernos la imagen idealizada de una ciudad, idea en la que le han precedido otros grandes nombres, fundamentalmente provenientes del mundo de la escultura, pero esa circunstancia tiene menos importancia que la coherencia y potencia de su propia creación. Proyecta algo sutil de ciudad soñada.
Pero no todo es utopía e ilusión, sino también aviso a la conciencia. La última sala, al fondo de la galería, hospeda un impresionante suelo de adoquines sin fijar al suelo, por los que el visitante camina de modo opuesto a lo que su título parecería indicar, Mar de estabilidad, a la vez que escucha los pequeños chasquidos de la piedra cuándo choca con el piso bajo sus pies. Como al comienzo, tres cristales, clavados entre los adoquines, y dibujados a rotulador con figuras geométricas simples, simulan edificios modernos y crean la imagen de ciudad contemporánea. Como bien afirma en la nota de prensa Carolina Castro, "con esta exposición Azambuja quiere hacernos reconsiderar las condiciones urbanísticas de coexistencia humana".