Una limosnita por favor, 1992-2004

CGAC. Rúa Valle Inclán, 2. Santiago de Compostela. Hasta el 8 de junio.

La pintura textil, epidérmica, de Chelo Matesanz (Reinosa, Cantabria, 1964) se expande por lenguajes, metáforas y soportes heterogéneos. Un juego maniqueo en el que la vida y el arte, lo público y lo privado, la tradición y la modernidad o lo cosido y lo pegado, se hilvanan, caóticamente, en una retrospectiva que abarca treinta años de producción de una artista que ha permanecido, a pesar de ser profesora titular de la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra, en un latente estadio en sombra. Quizá haya sido la crisis económica el revulsivo perfecto para que instituciones de renombre como el CGAC se animen a desempolvar propuestas antes eclipsadas por sus profundos vínculos con el contexto local.



Mis cosas en observación, el título de la exposición que reúne más de cien piezas producidas en diferentes soportes como el vídeo, el dibujo, el collage o la cerámica se engarzan en un recorrido de irregular intensidad y temática. A pesar de ello, las cosas de Matesanz destilan siempre cierta mordacidad que banaliza el hecho artístico a través de lo cotidiano. El humor y la infancia, donde la conjunción de lo infantil y lo sexuado resulta irreverente, desacraliza con contundencia los modelos masculinos hegemónicos. Sus peluches o su interpretación de los personajes Disney nos recuerdan a Mike Kelley, Fischli & Weiss o Paul McCarthy, y sorprende encontrar una artista que conjugue con éxito estos sintagmas estéticos tan mal entendidos en la España de los 80 y 90 por las feministas y la crítica de la época.



Esa es, precisamente, una de las peculiaridades del trabajo de Matesanz: su manera de tratar el feminismo reproduciendo estereotipos desde el humor o la parodia, a lo Judith Butler, redefiniendo la identidad de género libremente; sirviéndose del pop, la publicidad, el cómic, el expresionismo abstracto, la neofiguración, el folclore o la costura, entendiendo la tela como mancha y el pespunte como trazo, utilizándola como herramienta pictórica flagrante de preciosismo y fragilidad.