Ladislas Starewithc: Fétiche 33-12, 1933

CCCB. Montalegre, 5. Barcelona. Hasta el 7 de septiembre.

La comisaria de la exposición, Carolina López-Caballero, explicaba que el cine de animación se presenta como un contra-discurso, como una posición de resistencia frente al cine. Se refería a la singularidad de los creadores seleccionados aquí, alejados de los circuitos de exhibición habituales y de escasa difusión entre el gran público. Sin embargo, el mundo de la animación y, en particular, los creadores presentados, Ladislas Starewitch (1882-1965), Jan Švankmajer (1934) y los Hermanos Quay (1947), revela más que ninguno otro género la esencia e identidad del cine.



El mérito de esta exposición consiste no sólo en dar a conocer a unos cineastas muy particulares, sino en recrear un universo que es una reflexión en torno al hecho cinematográfico. Teje una continuidad entre los mencionados autores pero, sobre todo, explora referentes cinematográficos latentes en diferentes tradiciones culturales y manifestaciones a priori distantes.



La animación, se dice en la exposición, es el "arte demiurgico" por excelencia. Filmar fotograma a fotograma objetos o dibujos, introduciendo pequeñas modificaciones en cada paso (en esto consiste la técnica de la stop-motion ), hace posible el movimiento en la pantalla. Este procedimiento permite captar las ligeras evoluciones de cada etapa como una secuencia fluida: el objeto o el dibujo aparece "animado" por la ilusión del cine. El itinerario de la muestra se inicia con uno de los pioneros de la stop-motion, Ladislas Starewitch, creador e inventor fascinado por la entomología que comenzó grabando insectos disecados de su propia colección. Historias de amor y celos protagonizados por escarabajos o libélulas; fábulas protagonizadas por zorros o pájaros que caminan o hablan. Este es el mundo de la animación: "dar vida" a lo inanimado.



Por otro lado, el cine se ha identificado con lo fantástico, con la ilusión y con la magia: teatro de sombras, fantasmagoría, linterna mágica, Méliès... Pero la exposición va más allá de este tópico al desplegar toda una serie de derivaciones de este universo. Uno de los núcleos de la muestra, por ejemplo, y que se presenta en relación al cineasta checo Švankmajer, consiste en una cámara de maravillas o Wunderkamerm. Estas eran, en origen, colecciones de curiosidades y stravaganzze reunidas por su singularidad y extrañeza: obras de arte, piedras preciosas, fósiles, corales, pretendidos cuernos de unicornio, falsas sirenas... objetos que traspasaban las fronteras entre los reinos animal, vegetal y mineral, entre lo orgánico y lo inorgánico, lo vivo y lo muerto. La Wunderkamerm constituía un microcosmos privado con el que se pretendía representar la diversidad del universo. Pero, a diferencia de las colecciones actuales de museos o archivos, que buscan ordenar y completar las series, la presentación de estas colecciones no seguía una lógica racional, sino un orden simbólico. Como los surrealistas, se buscaba provocar chispas de sentido a partir de la asociación de lo diverso y excepcional.



Sin embargo, algo oscuro asoma en esta "animación" del mundo. El objetivo de Edison, uno de los inventores del cine, era crear un aparato "con el que preservar la voz y la imagen de los cantantes de ópera para las generaciones futuras". Julio Verne (El castillo de los Cárpatos) o Villiers de l'Isle-Adam (La Eva futura) prefiguraron e imaginaron el invento del cine a la manera de un androide o un doble de un ser humano. La muerte o lo siniestro habitan en esta pretensión de "animar" seres inertes. Por esta razón el crítico e historiador Noël Burch se refiere al cine como "pretensión frankesteiniana" y el también especialista André Bazin habla de "complejo de momia". El recorrido de la exposición termina con el mundo siniestro de los Hermanos Quay. Ellos hacen evidente que los insectos de Starewitch están disecados: momias o nuevos hijos de Frankestein.