Vista de la exposición

García Galería. Dr. Fourquet, 8. Madrid. Hasta el 10 de noviembre. De 1.200 a 7.000 euros.

Hay veces, en que sabe lo que va a ir sobre el lienzo antes de prepararlo. Otras, prepara unos cuantos para poder reaccionar rápido cuando la idea aparece urgentemente. Aunque su pintura, suele explicar Rasmus Nilausen (Copenhague, 1980), raramente es urgente. Está más bien latente, presionando desde algún rincón de la mente. En la obsesión de encontrar la manera de hacer una pintura perfecta. "Un pasillo con todas las puertas abiertas", dice. La pura expectativa.



Mucha está despertando también él en el contexto artístico, incluso coleccionistas. Hace sólo unos meses se instalaba en el Pabellón catalán. Arquitecto anónimo que Martí Anson construyó en el interior de la Fundación Suñol de Barcelona. Era una exposición dentro de otra, comisariada por Frederic Montornes, que este artista intervino con una selección de obras llamada Parergon. Hacía alusión a aquello que ornamenta o amuebla, para explorar los límites de una pintura perfecta, la gran obsesión y motor de su trabajo. A menudo Nilausen parece encarnar el espectro de Frenhofer, el conocido personaje de Balzac en La obra de arte desconocida. Ambos parecen atrapados en la tensión del arte superándose a sí mismo, haciéndose vida. La ilusión de lo definitivo, he ahí el gran ruido de fondo de sus obras.



Las que ahora presenta en su segunda individual en García Galería responden precisamente a eso, a un juego perceptivo. Read the image lo titula. Es lo que leemos, también, en uno de los cuadros que nos reciben nada más entrar. Nilausen ha fusionado fijando la atención en las posibilidades semánticas de la imagen y su relación con el objeto del cuadro. Juegos semánticos que incitan a interpretar unas imágenes en las que este artista sigue atado al bodegón y la naturaleza muerta, dos de los temas con los que revisa la tradición pictórica.



Sus intenciones son metafóricas. En cada uno de sus cuadros, el artista habla de las contrariedades del lenguaje. Para ello emplea la idea de rhopografía, la representación de esas cosas que carecen a priori de importancia, y fija la mirada en los objetos triviales que invaden lo cotidiano: la piel de un limón, unas tiras de panceta, pollos sin cabeza, unos pepinillos... Algunos lienzos son más ostentosos que otros, pero todos comparten una única procedencia: el archivo público. Hay en todos ellos un humor punzante, en especial en las pinturas de diamantes, sacados de catálogos de internet, lanzan una apuesta sobre la rentabilidad de las plusvalías en las inversiones del arte.



El trabajo resultante parece debilitar la idea de un evento importante. Rasmus Nilausen pinta evitando la citación constante de la grandeza o la utilización de narrativas obvias. Esos temas sin importancia redundan en las limitaciones de la narrativa y en las posibilidades de la pintura. Instaladas todas juntas parecen un collage, un alfabeto de signos. Historias que remite a otra historia, que a su vez remite a otra historia. Un complejo diagrama que alude a aspectos autorreferenciales del arte y a historias personales del artista. La pintura entendida como campo de pruebas, como escapismo, pero desde donde llega de golpe la víscera emocional.