Esta estructura metálica y de turba da título a la exposición.
Me alegra mucho que el trabajo de Carlos Rodríguez-Méndez (Pontevedra, 1968) pueda verse de nuevo en Madrid, donde lo ha mostrado de manera hasta cierto punto clandestina, en espacios "excéntricos" como Los 29 enchufes, la Galería KA, el Ateneo o el taller de Núñez Gasco (en Open Studio), y de forma más visible en el Instituto Cervantes o en Matadero (Abierto x Obras e Intermediae). Es verdad que ha expuesto en el MARCO de Vigo, en el CGAC de Santiago de Compostela y en LABoral de Gijón, e incluso en el SMAK de Gante, pero el hecho de que evite el circuito comercial, en el que su densidad encaja mal, hace que aún le perdamos la pista de tanto en tanto.Rodríguez-Méndez es un raro, y hace arte con una seriedad, coherencia e intensidad admirables. Ha acogido y transmutado la herencia minimalista, a la que aporta la verdad de la materia orgánica y la temperatura del cuerpo. Y la impermanencia. Le preocupa menos la "obra final" que el proceso, y sus esculturas son a menudo activadas a través de interacciones y desplazamientos.
Fotografia de la intervención que hizo el artista en la galería Paula Alonso
Al igual que orquesta una geometría elemental, pone en juego una alquimia básica de cambios de estado. La turba resulta de un proceso de putrefacción y carbonificación de los restos vegetales pero, además, en otras obras, ha quemado alimentos y ha congelado líquidos. Sé muy bien que la interpretación es abusiva pero no inverosímil, puesto que el artista maneja conceptos como energía y cambio: veo símbolos alquímicos en este extraño trío de obras. Los dos triángulos que forman el rombo, uno hacia arriba y otro hacia abajo, figuran el fuego y el agua; el yeso con el que se fabricaron aparece en algunos tratados y es resultado de la calcinación (proceso alquímico) de la piedra natural; en el cilindro de turba negra podemos ver el atanor... para colmo, encontramos en viejas representaciones de los laboratorios instrumentos musicales que simbolizan la armonía universal, y aquí tenemos, en el vídeo del sótano, ese arpa muda, que transmite su vibración (principio alquímico) al conjunto, sobre un "matraz" de vidrio con agua caliente... y hasta dos mundos superpuestos, en las dos plantas de la galería, entre los que funciona el principio de correspondencia.
La superficie, nos dice él, es "un plano sensible sobre el que interpretar geometría y frecuencia". También nosotros podemos ser superficie de resonancia de esas vibraciones y podemos construir, junto a las obras, el espacio físico y de la significación.