Detalle del retablo del Miracle, de 1758

MNAC. Parque de Montjuïc. Barcelona. Hasta el 11 de enero.

En esta ocasión, Perejaume despliega una exposición muy singular, porque no lo hace propiamente como artista, tal y como nos tiene acostumbrados, sino como comisario. Parece que la muestra surge de un encargo del MNAC a raíz de un libro de artista, Mareperlers i ovaladors, que Perejaume publicó en 2013. En efecto, en esta exposición se presentan piezas muy diversas, desde material de archivo y textos literarios hasta obras, entre otros, de Joan Miró, Antoni Tàpies, Marià Fortuny, Josep Maria Jujol, Pablo Palazuelo, Joan Brossa... y fotografías y esculturas del barroco local. Pero ninguna de la autoría del artista. Ahora bien, ya sea como creador o como comisario, lo que exhibe Perejaume es, al fin y al cabo, una obra de creación, un universo que no es sino un desdoblamiento de su propio mundo.



Consciente de esta apropiación, el mismo Perejaume omite en el texto del catálogo el término de "comisario", sustituyéndolo por una palabra singular, "maniobra". Maniobrar es, para el artista, un concepto próximo al juego de las asociaciones. Se trata de confrontar elementos sin aparente relación para que dialoguen entre ellos y se iluminen mutuamente en un trayecto de ida y vuelta. Es entonces cuando los significados se deslizan e intercambian y se desvelan los contenidos latentes. No se trata de algo nuevo: Walter Benjamin o los mismos surrealistas utilizaron la estrategia de las asociaciones como método de conocimiento y de construcción de relatos. Falta por saber en qué consiste este relato de Perejaume.



Uno de los trípticos de Palazuelo, de 1964

Pere Gimferrer tituló así un hermoso ensayo sobre el artista catalán: Antoni Tàpies y el espíritu catalán. En él, le situaba en la tradición de un pensamiento mágico-poético vinculado a lo transcendente y al territorio. Y el mismo Tàpies, apuntando a su propia colección de arte, que incluye desde manuscritos sánscritos a piezas de arte tribal y obras de vanguardia, apuntaba el concepto, utilizado por los antropólogos, de "objetos de poder". Esto es, objetos rituales capaces de dialogar con el misterio de la vida y de lo sagrado. Pues bien, algo de esta concepción chamánica de Tàpies, artista de referencia para Perejaume, sobrevuela también en esta exposición.



A través de estos "objetos de poder", Perejaume pretende revelar lo que, aun conscientes de lo equívoco del término, podríamos llamar también el "espíritu del lugar". Espíritu que, para el artista, está vinculado al territorio y a la cultura agraria. De la misma manera que Jujol, Miró y Tàpies transformaron lo humilde, lo telúrico o lo escatológico en materia espiritual, Perejaume, tendiendo un puente entre lo local y lo cósmico, revela una dimensión "sagrada" en el territorio. Un aspecto interesante, entre otros, de la exposición es la mención a los retablos barrocos, una manifestación que en Cataluña posee un carácter rural y que, según Perejaume, surge aprisionada entre las culturas más expansivas del periodo, la francesa y la castellana.



Y, sin embargo, es precisamente esta dimensión local la que otorga su significación e idiosincrasia a este barroco, cuyas formas y simbolismo, como unas aguas subterráneas, emergerán posteriormente en manifestaciones de la modernidad o la vanguardia, en un Mir, un Jujol, un Miró, un Tàpies o un Palazuelo. Y ello porque la obra de estos artistas, al igual que la de Perejaume, viene de un mismo tronco espiritual. Gimferrer calificaba a Tàpies de alquimista porque transfiguraba la materia en espíritu. Así Tapies, así Perejaume.