Nietzsche los llamaba dardos. Novalis optó por polen. Para Baudelaire eran cohetes, Cioran se refería a ellos como "pensamientos estrangulados", y René Char los apodaba "hojas de Hypnos". Notas, decía de ellos Elias Canetti. Ramón Gómez de la Serna los bautizó con una de nuestras mejores palabras, greguerías, y el poeta Carlos Edmundo de Ory tenía claro que de sufrir una invasión, debía ser de "aerolitos". O lo que es lo mismo: aforismos, relatos fugaces, metáforas. Máximas subvertidas. Y de esas hay millares. Lo que no te mata, te hace más fuerte, dicen mucho últimamente.
Eso debieron pensar los responsables de la Galería Silvestre, que abrió el pasado mes de septiembre en Tarragona y hace sólo unas semanas también en Madrid. Otra galería más que se suma a la calle Doctor Fourquet. Es un espacio mínimo dedicado, especialmente, a la pintura y a artistas muy jóvenes, de veintipocos, abrazados por otros nombres portugueses más conocidos, como Martinho Costa y Caterina Botelho. Para inaugurarlo, Gloria Martín (Alcalá de Guadaíra, Sevilla, 1980) ha levantado un Altar menor para quitarle el aura a la obra de arte y mostrarla en su reverso. Los suyos son espacios despersonalizados, pinturas congeladas, ausencias más que presencias. Aunque ella no lo está en absoluto. Instalada en Bruselas, se ha colado ya en la galería Birimbao de Sevilla y en Luis Adelantado de Valencia.
En la galería Fernando Pradilla encontramos varios valores en alza en la colectiva Lenguajes en papel. Desde hace cinco años titulan así la exposición anual con la que este espacio explora las posibilidades de la hoja en blanco. La reflexión en torno a la utilidad del lenguaje verbal y escrito está presente en los trabajos de la serie Caligrafías, de Carlos Amorales (México, 1970), reconocido artista ya, que aborda la violencia en la sociedad mexicana desde hace varias décadas. De lo mejor de la muestra. También las frágiles esculturas de papel de embalaje de colores de Irma Álvarez-Laviada (Gijón, 1978), una artista preocupada por la conceptualización del vacío en términos plásticos, y las obras de Martin Vitaliti (Buenos Aires, 1972) generadas a partir de la manipulación de los distintos elementos que constituyen el lenguaje del cómic. Son cosas que hacen boom.
En Espacio Valverde, Rubén Rodrigo (Salamanca, 1980) llena de cenizas sus últimas obras, siempre buscando esa idea de abstracción que encierra su pintura. Suele decir que lo que le interesa es el pulso, la tensión, la vitalidad del espacio pictórico; las imágenes que hablan de la lentitud y de la detención del tiempo. Sus cuadros son paisajes imaginarios, de lugares ajados por el tiempo, cubiertos de moho y polvo, de nubes y cristales rotos. Tienen algo de Giorgio Morandi, de sus atmósferas silenciosas, aunque al mismo tiempo intranquilas. Es inevitable pensar en el tiempo más muerto de todos los tiempos, metido como metáfora en el título, Sombras de cenizas. Y en ese murmullo parecen cocerse algunas palabras...
Secciones
- Entreclásicos, por Rafael Narbona
- Stanislavblog, por Liz Perales
- En plan serie, por Enric Albero
- A la intemperie, por J. J. Armas Marcelo
- Homo Ludens, por Borja Vaz
- ÚItimo pase, por Alberto Ojeda
- Y tú que Io veas, por Elena Vozmediano
- iQué raro es todo!, por Álvaro Guibert
- Otras pantallas, por Carlos Reviriego
- El incomodador, por Juan Sardá
- Tengo una cita, por Manuel Hidalgo
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