Vista de la instalación

Galería Casa sin fin. Dr. Fourquet, 11. Madrid. Hasta el 14 de marzo. De 1.200 a 3.000 euros.

Imaginar cómo era el jardín del patio del antiguo Hospital de San Carlos mientras estuvo a la espera de convertirse en el actual Museo Reina Sofía es uno de los puntos de partida de la instalación fotográfica que Álvaro Perdices (Madrid, 1971) ha realizado para su segunda individual en la sede madrileña de la galería Casa sin fin. Cuando el Hospital fue clausurado en los años 60, el edificio (construido en la segunda mitad del siglo XVIII por los arquitectos José de Hermosilla y Francisco Sabatini como parte del programa ilustrado de reformas de Carlos III), estuvo abandonado durante años sin que se supiera muy bien a qué podía ser dedicado. Corrió incluso el riesgo de ser derruido, hasta que se tomó la decisión de restaurarlo como espacio museístico.



Para este periodo del "mientras tanto", de un lugar que fue y que iba a ser, pero que todavía no era, Perdices se figuró un jardín que había dejado de serlo porque no estaba controlado, la naturaleza se había descuidado y ya no estaba sometida a las normas de una poda clasicista que obligaba a los setos a no escaparse de los límites regulares que les eran marcados, esos que les hacían a todos parecidos, casi iguales. Lo concebía como un terreno baldío, vago, vagabundo en el que la maleza crecía descontrolada, un territorio invadido por un zarzal que lo había ido llenando poco a poco, como ahora lo habitan las obras vanguardistas de Joan Miró y Alexander Calder.



Es esta imagen de un zarzal que lo llena todo, o que puede llegar a llenarlo, la que protagoniza la serie de fotografías que ocupa casi exactamente las paredes de la galería de un extremo a otro, convirtiéndose en una escultura, como hace evidente su título, 300 x 437 x 240, que se refiere a sus medidas y también a las dimensiones de la misma sala que las contiene. El espectador queda rodeado por estas plantas salvajes que son violentas, que agreden (hay que tener cuidado de no herirse cuando uno decide adentrarse), pero que también sirven de escondite en el que permanecer al acecho, de refugio donde ponerse a salvo o de protección para un encuentro furtivo, casual y urgente. Son fotografías que pertenecen al género del paisaje en el sentido más tradicional porque son fragmentos de naturaleza enmarcados, se les ha puesto una barrera, y parecen documentos por su literalidad, aunque, sin embargo, son metáforas de la desobediencia, a pesar de que simulen adecuarse a las normas.



El artista ha recurrido a la inversión, como ya hizo en su proyecto para el EAAC de Castellón en el que dio la vuelta a la institución, exponiendo aquello que nunca se ve, haciendo visible lo que se oculta, y ha llevado dentro lo que está fuera, traspasando esos márgenes entre los que es obligado moverse. Lo natural ha conquistado lo artificial, lo desorganizado se ha emplazado en uno de los espacios de lo establecido, lo incontrolado se halla dentro mismo de lo reglado, lo salvaje se ha introducido en lo civilizado, como sospechaba que había sucedido con las malas hierbas que habían atacado el jardín abandonado del edificio Sabatini mientras estuvo expectante. Perdices siempre busca esa grieta en los muros del sistema en la que colarse y desde la que provocar poco a poco su caída o, al menos, su tambaleo.