Life Forms 304, 2003. Foto: Erika Barahona Ede
Quien haya seguido su sólida trayectoria coincidirá conmigo en que el color intenso, el descoyuntamiento voluntario de las formas, el cuestionamiento de los hábitos perceptivos y la inmersión en el ámbito de lo doméstico son raíces del trabajo de Pello Irazu (Andoain, 1963), uno de los artistas que desde los años 80, más ha contribuido a ensanchar la práctica de la escultura y a delimitar y disipar su frontera con la pintura.Ahora, dos años después de su última exposición en una galería privada, presenta su trabajo en la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid, donde Irazu se ha decantado por una más que atractiva mezcla retrospectiva de sus trabajos murales, algunos de los cuales se reproducen aquí rescatando el proyecto original. Para esta exposición, el artista ha concebido una especie de enorme escultura arquitectónica, que tanto pude ser contorneada por su irregular perímetro, como recorrida en su intrincado y dificultoso interior, de modo que cada panel queda ocupado por una de las propuestas forjando un continuum que incluso proporciona al espectador una visión no sólo inusual, sino del todo inédita. Pues NMT (2015), diseñada específicamente para esta exposición y este espacio, está realizada sobre la parte superior del muro, y sólo se ve desde la balaustrada del piso superior. Contribuye a hacer más evidente el carácter unitario de la propuesta, una formulación que tiene un precedente en el diseño que su inseparable Txomin Badiola hizo en la exposición Malas formas en el MACBA.
La muestra reúne un total de once murales, proyectados y expuestos en su gran mayoría en los años 90 (la serie más antigua, Historia Natural, es de 1991, y se muestra por primera vez, y la titulada NMT, ya hemos dicho que es un site speficic) montados secuencialmente, sin orden cronológico ni solución de continuidad. La mayor parte de los puntos de vista ofrecen visiones contrapuestas. Resulta imprescindible la catalogación de estas obras y de su restante producción mural, efectuada por el propio Pello Irazu, que recoge más de una veintena de realizaciones y que nos permite apreciar, en primer lugar, el proceso de su idea y concepción, desde los primeros bocetos a su proyección sobre el plano y a fotografías de sus diferentes emplazamientos. También vemos la impronta inevitable y feraz de Sol Lewitt y sus Wall Drawings en su primera obra mural, Corredor (1989), así como su extraordinaria versatilidad para ser instaladas en diferentes lugares, algo que resulta especialmente evidente en The Wound (1998), que tuvimos ocasión de ver en la galería Moisés Pérez de Albéniz en sus sedes de Pamplona y Madrid, y, también en el CAB de Burgos.
Eraser, 2003
Es importante destacar cómo están pintadas las diferentes obras. No hay un manual de uso, sino una fórmula individual para cada caso, que va de la sencilla simplicidad de la representación del muro o una banda densa y compacta a las transparencias del naranja que conforma 330, 1998, o a la vibrante organicidad, casi fisiológica de los azules de Serie B (Ercilla), 2004 . Destacan obras como Per la Rosa (2002), donde el artista emplaza la pieza en una zona densa de columnas, lo que impide su contemplación completa. En The Wound, la estrechez entre muros veta otra perspectiva que no es la del tránsito obligado. Y en obras como A la maison d'Ayui (1995) ese tránsito se ve a su vez interrumpido y cerrado por una escultura. Todas ellas tiene un denominador común: nos dicen que allí donde hay construcción hay también interferencia; cualquier espacio de fruición lo es también de fricción. Es lo que compone este muro incierto. El mural llamado Switch aparece dotado de un sonido de percusión; en A la maison d'Ayui se nos interpone ante los ojos una pared translúcida; las bandas verticales de Summer Kisses están ligeramente desviadas, y las sombras de Meeting point, no coinciden con la luz ambiente.