Detalle de Violencia mujer, de 1975

Tabacalera. Embajadores, 51. Madrid. Hasta el 12 de abril.

Salvo la exposición titulada La Fábrica, celebrada en la Fundación Telefónica hace quince años, nunca hasta ahora había tenido Marisa González (Bilbao 1945) una muestra de las dimensiones, la complejidad y el acierto de estos Registros domesticados, que ha comisariado Rocío de la Villa en el espacio de Tabacalera de Madrid. Una exposición retrospectiva que no es una antológica propiamente dicha, sino una serie de incursiones críticas en áreas centrales de un trabajo que cuenta ya con 45 años de trayectoria.



Abre la exposición la instalación interactiva Estación Fax / Fax Station, que reconstruye la homónima de 1993 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, cuando hizo con sus alumnos un último homenaje al Fax Art en el que colaboraron participantes de distintos países de Europa y América. En aquel entonces, cuando empezaba internet, supuso un reconocimiento a las primeras modalidades de transmisión directa de imágenes y palabras, y ahora, en 2015, nos señala que la artista es una de las pioneras internacionales en el uso de las nuevas tecnologías de la reproducción y comunicación.



A esa parte de su labor están dedicadas las salas del primero de los tres ejes que vertebran la exposición, "Sistemas generativos", el mismo título del máster impartido en 1971 en Chicago por Sonia Sheridan, al que Marisa González asistió, y que fue germinal en su interés por la aplicación de las tecnologías emergentes al arte. Entre otras cosas, usó la primera fotocopiadora en color existente en el mundo, así como la máquina termofax y otras innovaciones. Tan importante como la manipulación de las imágenes o la investigación formal emprendida por la artista es la temática que aborda: la violencia ejercida contra la mujeres, como vemos en la inquietante serie Muñeca (1973), en la impactante proyección de diapositivas La Descarga (1975), sugerida por un reportaje sobre el trato a las mujeres en las cárceles de Pinochet, y en La mulata y sus máscaras, la denuncia de las mujeres negras y latinas ante la displicencia y arrogancia de las feministas blancas y el machismo en el seno de los movimientos por los derechos civiles. Su trabajo es una mezcla de feminismo y activismo político que se ha prolongado hasta sus obras actuales.



Vista de la exposición en Tabacalera Madrid

Este primer apartado concluye con la serie Clónicos (1993-1997) que, con su rica mezcla de técnicas, fotografías, cajas de luz y vídeo, supuso la primera incursión de la artista en una fábrica, la de las muñecas Famosa, en Onil, Alicante y, también, su fijación en el trabajo de la mujer, en las condiciones de la producción en serie y otros condicionantes vinculados al mundo laboral.



Las fábricas, o mejor dicho, el desmontaje del tejido industrial, sobre todo el de su País Vasco natal, es el argumento del segundo gran apartado de la exposición, "Arqueología industrial" que, mediante fotografías, vídeos y documentos, registra el desmantelamiento de La Fábrica HP Hareno Panadera, y la de Galletas Artiach en Bilbao, la Central Nuclear de Lemóniz, en Vizcaya (jamás puesta en funcionamiento), o la Siderurgia Ensidesa Arcelor en Avilés. Aquí, junto a la trágica melancolía de las imágenes y la música dolida, el principal tino de artista es la presencia de decenas de objetos industriales, restos recogidos del naufragio y acumulados en el ríspido y gélido espacio de la Tabacalera, lo que les confiere nuevos significados a los ojos del espectador. Por último, el tercer eje, "Registros poscoloniales", recoge parte de sus obras sobre la situación en países orientales que conoce desde los años 70, como un sentido homenaje a la líder birmana Suu Kyi, The Road to Mandalay (2012-2014), o más conmovedora, la situación de las mujeres filipinas trabajadoras en el servicio doméstico en Hong Kong, que se reúnen los domingos en el sector financiero de la ciudad y que recoge Ellas filipinas (2015). Una exposición coherente que merece una detenida visita.