El museo vacío es el tema de las nuevas fotografía de Ballester
La extensa trayectoria de José Manuel Ballester (Madrid, 1960) se inició en los años 80 con una pintura figurativa, extremadamente atenta al detalle, y que él mismo ha definido como "fuertemente ligada al romanticismo". Desde principios de los 90, la fotografía se convirtió en su medio de trabajo y el ámbito del romanticismo fue sustituido por el mundo contemporáneo. A los cipreses, columnas, escalinatas y las arquitecturas clásicas le sucedieron, sin solución de continuidad, el registro minucioso del mobiliario urbano de la ciudad de Madrid y vistas de las obras de reforma de la estación de Atocha, emprendidas bajo la mano de Rafael Moneo.Desde entonces, el artista ha hecho de la arquitectura el modo de abordar el motivo principal de sus obras, algo que le ha llevado a recorrer medio mundo recogiendo construcciones emblemáticas, compaginando trabajos por encargo, muchos, con otros surgidos de iniciativa propia, y recopilar, así, un auténtico vademécum de la arquitectura pública internacional.
En esa manera de mirar pervive una noción de lo sublime propia, por ejemplo, del visionario Étienne-Louis Boullée (1728-1799), lo que lleva al artista a plasmar la grandeza de ciertos edificios, en el doble sentido de dimensión e importancia. Y aquí conviene apuntar lo acerado del punto de vista que elige para cada toma y la perfección técnica de su realización, lo que conduce a imágenes impactantes, sólidas, con algo de sordo heroísmo. Pero el artista, ferozmente contemporáneo, mira con ojos actuales y con cierto escepticismo, lo que le lleva, también, a adentrarse en las grietas y fallas de la construcción, como metáforas activas de las contradicciones entre el progreso y la destrucción que ese progreso conlleva.
Tres elementos o tres fascinaciones resultan casi siempre significativos en cada una de sus obras. La seducción de la geometría, que le empuja a descubrir en los grandes espacios construidos las estructuras que lo componen o documentar visualmente lo que Guillermo Solana describió como "arquitecturas arbóreas". La fuerza del color, que en su caso se resuelve en tonos fuertemente saturados y en composiciones en las que de modo natural confluyen los procedentes de la naturaleza con los de la producción industrial. Por último, destaca la atracción de la luz o, incluso, las posibilidades constructoras de de la luz para forjar una imagen que desaparecería con ésta.
Ivorypress muestra ahora, en una exposición de muy apurado montaje, por lo angosto del sitio y la acumulación de obras, una decena de piezas últimas del artista dedicadas a un mismo motivo: los museos. Del mismo modo que hace unos años inició una prolija serie en la que vaciaba de personajes algunas de las pinturas más célebres del Museo del Prado, en estas vistas de los museos los vacía de su objetivo, la muestra de obras de arte, para ofrecernos la desolación de sus salas desnudas o las obras de reforma en distintos lugares, con ese caos a la vista de herramientas, sacos, cables desprendicios...
Dice Ballester que ningún museo del mundo es capaz de hospedar la esencia real de la cultura. Son custodios eso sí de objetos representativos de distintos momentos de la Historia y exhiben una historia fragmentaria de un pasado borroso en perpetua revisión. Contradicciones acentuadas en un mundo en profunda transformación tecnológica en el que todo un universo virtual convive con el lugar que habitamos.