Algunas de las obras de Nuria Fuster, entre la fragilidad y la dureza del material

Galería Marta Cervera. Valencia, 28. Madrid. Hasta el 21 de noviembre. De 1.800 a 5.500€

I love you (2015). Lo dicen dos cadenas atadas a una de las paredes de la galería Marta Cervera. Son de Nuria Fuster (Alcoy, 1978), una artista que trabaja indagando en las condiciones extremas de los objetos, tanto físicas como emocionales. Una de las cadenas se abraza a una columna que está en medio de la sala. Prohíbe, así, el paso, y para seguir este discurso amoroso nos obliga a bordear una colchoneta negra que hay en el suelo, aplastada sutilmente por unas planchas de hierro que poco a poco le van quitando el aire.



Tras recorrer este circuito de metáforas, otra obra volátil responde a la misiva sentimental. I love you too (2015), dice el título. Es otra cadena enlazando la pared con el techo. Pese a esta declaración de amor, ninguna de las tres cadenas que vemos no se tocan ni se cruzan. Pronto nos percatamos de que la artista habla de esa red de dependencias que establecemos los unos con los otros, de las proyecciones personales convertidas en escudo. Eso es lo que vemos a lo largo de esta magnífica exposición: una sinfonía de objetos que hablan de dinámicas psíquicas, de que vivimos en un continuo estado de equilibrio. Nuria Fuster parece explorar cómo en cualquier relación bidireccional (la de pareja, la del artista con su obra, la del espectador con la exposición) surgen situaciones de desorientación, de angustia, ansiedad o necesidad, mientras busca en la escultura un lenguaje de mediación.



No es algo nuevo. Esta artista siempre ha manifestado ese interés por los objetos en tanto que espejos y reflejo de nosotros mismos. Lo veíamos hace tiempo en Arquitecturas domésticas, con las que debutó en esta misma galería en 2007. Fue el año en que también ganó Generaciones. En esas obras, descomponía, recomponía o presentaba piezas de mobiliario que formaban parte de la gramática de una habitación. El resultado era una masa escultórica con la que aludía a lo potencial de esas formas que rodean nuestro espacio cotidiano. En Camino subterráneo (2009) seguía buscando ese algo oculto e irresuelto que queda suspendido en el aire cada vez que nos enfrentamos a lo que nos rodea. Una tensión que llevó al extremo en Don Quijote también esculpió el aire (2012), una exposición celebradísima, donde Fuster se adentraba en el problema de las realidades múltiples y cómo las experimentamos: la oscilante, la incompatible, la intangible, la deseable...



Aquí, en Cuando el fuego apaga el huracán, da un paso más. Mientras examina el vínculo entre afección y materia, la exposición genera una experiencia que lleva al límite cualquier percepción estable de la realidad. Un casco de bicicleta recalcitrado y presentado aquí en bronce nos recuerda lo frágiles y fuertes que podemos llegar a ser. Cuelga de la pared como un péndulo. Nos dice, silenciosamente: a veces el fuego puede hasta con el huracán.



@bea_espejo