Benediktinerstift Admont I, 2014

Galería Helga de Alvear. Doctor Fourquet , 12. Madird. Hasta el 16 de marzo. De 14.000 a 70.000€

De los integrantes de la Escuela de Dusseldorf y entre los alumnos de Bern y Hilla Becher, Candida Höfer (Eberswalde, Alemania, 1944) es, seguramente, la que más veces ha expuesto en España. Su obra se ha visto en Madrid, Salamanca, Valencia, Santander, Barcelona, Santiago de Compostela -donde realizó un proyecto específico sobre el camino compostelano- y Sevilla en una docena de exposiciones desde su presentación individual en 1998 en la Galería Fúcares.



Ella misma ha descrito con precisión las características fundamentales de una obra que apenas ha experimentado cambios formales desde que a finales de los años setenta del siglo pasado dejase la fotografía de reportaje humano para centrarse exclusivamente en la fotografía de arquitecturas: "Los temas de mi trabajo son los espacios públicos y semipúblicos. Yo los prefiero cuando están sin gente porque entonces parecen hablar más acerca de las personas, lo que hacen por ellos y lo que la gente está haciendo por ellos [...]. Los espacios tienen funciones y las funciones crean similitudes. Estoy fascinada por las diferencias en esas similitudes". Sólo falta agregar que también se interesa, y mucho, por el uso del color, siendo, con Thomas Strutt, de los primeros discípulos de los Becher en usarlo como forma expresiva.



La que es la primera muestra en su nueva galería guarda una satisfactoria sorpresa para los interesados en su labor. Una sorpresa, por otra parte, de la que Helga de Alvear ha hecho procedimiento habitual en otras exposiciones anteriores dedicadas también a fotógrafos alemanes, como Axël Hutte o Thomas Demand, mostrando vertientes inéditas o poco conocidas de sus respectivos trabajos.



Así, se muestran cuatro tomas de la biblioteca y los corredores de una abadía benedictina y del interior de la Landesgalerie austriaca. En las imágenes resultan reconocibles las normas habituales de precisión en el encuadre que, generalmente, recoge el lugar de suelo a techo captando su magnificiencia, decoración y formas. Al mismo tiempo se ofrecen otras de menores dimensiones, realizadas en Madrid y Cáceres durante el verano pasado, y dos proyecciones de fotografías en vídeo -recuerdo quizás de sus primeras presentaciones a base de diapositivas- que recogen las que hizo en un desplazamiento entre las dos ciudades. En éstas lo que quizás más llama la atención es la aparente banalidad de los elementos que la integran: la transparencia de la luz solar a través de una cortina, unas anotaciones borrosas sobre una cartulina azul, un rincón indiferente del MNCARS, el pasillo desolado de un hotel, un servicio de té sobre una silla o una antena parabólica en una azotea. Los vídeos reflejan a su vez lo anodino de las visiones del viajero o las parpadeantes luces nocturnas entrevistas desde la ventanilla del coche.



Es como si la invisible presencia humana que siempre late en sus fotografías trocase el ámbito de la cultura y el saber por la pura banalidad de la existencia. Y, sin embargo, de unas y otras se desprende una misma comprensión, si bien distanciada, del ser humano.