Vista de Viaja y no lo escribas (Carolina Jiménez, 2016)
Hace treinta años apenas había cursos especializados en el comisariado de exposiciones y hoy es la profesión por excelencia. Y la más versátil. Vemos expos en museos, en galerías, en escaparates, en un salón, en formato fanzine y hasta en una piscina. Sí, exposiciones subacuáticas. En ausencia del socorrista se celebró hace sólo unos días en Madrid con obras de Víctor Santamarina, Teresa Solar y Miguel Marina. ¿El comisario? Otro artista, Rafa Munárriz, constatando lo prolífico que es este campo.No es la única exposición que abre nuevos interrogantes y trastoca sus límites de lo que supone que es o no una exposición. Lo comprobamos en La Casa Encendida, que acoge estos días los tres proyectos ganadores de la convocatoria Inéditos 2016, la decimoquinta ya, y clásica entre los comisarios que empiezan. Hay una sala dedicada a los falsos paraísos exóticos, otra a deshacer los prejuicios de género y la última a repasar los activismos durante el régimen franquista.
Empezamos por esta última, Madrid activismos (1968-1982), firmada por Alberto Berzosa (Madrid, 1982). El historiador y comisario rememora ese momento desde el documento, a modo de gran collage de la época. Poco hay de arte aquí, aunque no impide que sea una de las más interesantes. Dividida en pequeñas secciones que tratan diversos entornos de luchas reivindicativas (la calle, la universidad, el barrio, las fábricas, las cárceles...), la exposición tira de archivo (fotografías, panfletos, publicaciones clandestinas) para recuperar esta historia de la democracia que tiene en el cartel de El abrazo, de Juan Genovés, el mayor de los iconos. Una exposición que da para mucho más.
La idea de reescritura no acaba ahí. La vemos también en la propuesta de Irina Mutt (Gerona, 1982), Deshaciendo texto, una exposición que investiga los usos del texto en las prácticas artísticas, así como sus mutaciones y posibilidades. La idea es un poco abstracta pero el resultado no tanto. Exige atención, pero la recompensa merece la pena. El texto tiene que ver con la idea de cuerpo, e incluye de forma explícita, aunque no dominante, cuestiones de género.
El motor principal son obras en las que el cuerpo y el gesto se convierten en puntos de partida. Irrumación, por ejemplo, del artista Rafa Marcos, es un karaoke imposible de cantar, donde se invita a quien quiera a subir al escenario a intentarlo y fracasar con sentido del humor. O Juana, de Alex Reynolds, es un vídeo en el que se explica un hecho histórico a través de señas y gestos mientras una voz en off va adivinando las palabras clave. Los dibujos de Antoni Hervàs, que recogen ese misticismo que reside en lo cotidiano, son de lo mejor.
También Carolina Jiménez (Madrid, 1983) tira de texto en Viaja y no lo escribas. El título es el de un cuento que Robert Derain atribuye a Rita Malú, según cuenta Enrique Vila-Matas en Bartleby y compañía. Aquí sirve de invitación para un paseo por narraciones insólitas y lecturas anómalas, en contra de cualquier idea de lógica. Los artistas profundizan en la narración como capacidad para intercambiar experiencias e inventar historias. En esa idea encaja perfectamente La biblioteca infinita de Haris Epaminonda y Daniel Gustav Cramer y la historia interminable de O.K. El Musical, de Christopher Kline, todo un descubrimiento, con tejidos artesanales, máscaras, dibujos y pinturas sobre la historia de su ciudad natal, Kinderhook. Hay nombres más conocidos, como Regina de Miguel, Andrea Canepa y Alain Urrutia, artistas más que solventes en cualquier exposición.
Ojo con la capacidad crítica de esta nueva generación. Incisivos y llenos de referentes, corroboran la vigencia de la profesión. ¿Quién dijo que el boom hizo bum?
@bea_espejo