Vista de la exposición

Galería The Goma. Fúcar, 12. Madrid. Hasta el 29 de octubre. De 1.750 a 6.500 euros

José Díaz (Madrid, 1981) es actualmente uno de los artistas más destacados del panorama estatal. Pintor sin postizos, simplemente pintor. Con todo lo que eso supone, máxime cuando tu trabajo busca hablar de tu ahora, insertándose en una tradición tan poderosa como la de la pintura en España. Díaz presenta su segunda exposición para la galería The Goma y lo hace bajo el título Motorik, un ritmo de cuatro tiempos asociado al movimiento Krautrock alemán, que remite inevitablemente a la mecánica monótona de bandas como Neu! o Kraftwerk. En base a esto, Díaz ha realizado una serie de pinturas que investigan una sucesión de acciones repetidas en bucle -caminar, servir, cortar, reponer, limpiar...-, que configuran una noche tras otra la actividad de este pintor como dj o camarero. Quizás una excusa para pintar, quién sabe, aunque da que pensar que gran parte del panorama artístico de este país no pueda ganarse el pan tras los pinceles.



Cada una de las pinturas que cuelgan ahora en The Goma se plantea como un ejercicio de concreción en el que se mezclan todas esas acciones que, aunque insertadas en el ocio de la noche madrileña, se alejan del disfrute para convertirse en parte proletaria. La rutina del trabajo, el desarrollo de la vida en una ciudad sobresaturada de información, las señales que llegan en forma de luces y sonidos, y frente a todo esto la imposibilidad de detenerse a mirar. A José Díaz su vida diaria parece pesarle especialmente a la hora de encerrarse en su estudio y es la experiencia ligada a su actividad la que introduce un mapa iconográfico extrañamente personal.



Motorik es un guiño a la recuperación cultural perpetrada en la música alemana de finales de los sesenta y, extrapolado por José Díaz a un discurso interior, habla de volver la mirada y desprenderse de los prejuicios que colman la idea de pintura española. Conocer la cultura propia, rendir tributo y aceptar que hay artistas con los que sentirse identificado. No olvidemos que la fina línea entre la influencia y el folclore juega a veces malas pasadas. No es el caso.



En la pintura de José Díaz subyace Luis Gordillo como subyace Albert Oehlen y Christopher Wool como Manolo Millares, pero también coetáneos como Luis Vasallo o Fernando García, claros ejemplos de esa tradición acertadamente revisitada.Todo ocupa el mismo lugar, del mismo modo que cada razón para intervenir el lienzo supone una razón más y nunca menos importante que la anterior. Las luces de neón de un bar, la tabla de cortar los limones o la lista de botellas a reponer forman parte de un todo que articula la noche del otro lado de la barra y se inserta en un laberinto que Díaz entiende en la reflexión de Omar Calabrese y defiende no como un circuito a vista de pájaro, sino como una sucesión de imágenes frontales que no aportan certezas en cuanto a un feliz desenlace. La de José Díaz es una pintura de rascar la superficie, de buscar de manera incesante entregándose al gesto, incorporando y arrepintiéndose. Luchando quizás contra el ego, afirmando y después negando.



Uno de los puntos fuertes es sin duda que todos estos lienzos podrían funcionar perfectamente sin la necesidad de un discurso sesudo que vaya más allá de lo puramente oficial, de lo relativo a su oficio como pintor. Sin embargo, cada palabra que él pronuncia a propósito de esta experiencia, convierte cada uno de sus cuadros en un fragmento autobiográfico difícil de olvidar. No es fácil encontrar ahora mismo en Madrid una exposición de esta categoría. Tan de aquí y al mismo tiempo tan de allá.



@AngelCalvoUlloa