Murillo: Sagrada familia del pajarito

Fundación Focus-Abengoa. Plaza Venerables, 8. Sevilla. Hasta el 25 de febrero.

Admiramos tanto a nuestros maestros del Siglo de Oro que los desconocemos. La excelencia de telas y dibujos de Ribera, Zurbarán, Velázquez y Murillo, cuyas trayectorias corrieron simultáneas en la primera mitad del siglo XVII, son tan originales en inventiva y expresión, colorido y composición, que pareciera que solo podemos abarcarlas en aproximaciones monográficas. Protagonizan populosas exposiciones individuales, de enorme rédito para las instituciones que las organizan, y secciones propias en nuestra pinacoteca nacional. Aislados por la noción de "autoría", su etiqueta ha terminado impidiendo la recomposición del contexto artístico y social que posibilitaron su surgimiento, superación y éxito.



Por fortuna, de vez en cuando aparece alguien que es capaz de volver a explicar por qué y cómo los "autores" ingresaron como "genios" en el discurso artístico, precisamente alterando las normas no escritas de la historia del arte. Esto es lo que se ha hecho en esta pequeña pero gran exposición, Murillo.Velázquez. Sevilla, pórtico del Año Murillo 2017, celebrando el IV Centenario del nacimiento del artista, donde se explora la cercanía entre los dos pintores sevillanos. Su comisario, el italiano Gabriele Finaldi, es un gran narrador. En realidad, quizás gracias a su condición foránea, ha partido de la revisión de un tópico de la historia del arte español: la rivalidad en maestría entre Velázquez y Murillo, variable en épocas sucesivas, empeñadas siempre en expresar su canon, como afirmación indisoluble del espíritu de los tiempos. Sabemos, de hecho, que Murillo aventajó a Velázquez en el siglo XIX.



Aunque esta reivindicación para nada sea el objetivo del discurso de esta exposición, hay que advertir que aquí, teniendo como eje a la ciudad de Sevilla y dada la distancia de una generación entre Velázquez (1599-1660) y Murillo (1617-1682), se muestra al joven Velázquez antes de residir en la madrileña corte de Felipe IV, junto a un Murillo que progresa sin cesar en su ciudad natal. Su cambio más importante, tras su viaje a Madrid en 1658, donde supuestamente habría conocido a Velázquez por mediación de Zurbarán y Alonso Cano; pero, sobre todo, habría accedido a las colecciones reales, conociendo las pinturas de los más renombrados pintores europeos del momento. Inevitablemente, tenemos aquí al Velázquez más realista pero ya de composición calculada y posicionamiento conceptual, frente a un Murillo cuyas telas invocan una polifonía de idealidad, trampantojo, sentimiento y ensoñación.



Murillo: Le jeune mendiant y, a la derecha, Velázquez: Adoración a los reyes magos

Sin embargo, esta exposición volcada por completo en crear un placentero recorrido visual, con gran sensibilidad, ha quedado armonizada por las tonalidades cromáticas compartidas por ambos pintores. De manera que el predominio de los ocres se intercala con rojos venecianos y carmesíes. Apreciamos intuitivamente, por tanto, una sólida base común de aprendizaje de taller, en la preparación de lienzos y colores, así como semejante ambición profesional, que les posibilitaría después a ambos sus distintas evoluciones, asimilando primero y rivalizando después con los pintores coetáneos, italianos y centroeuropeos.



Santos y bodegones El recorrido ha sido hilvanado de manera muy sencilla y eficaz, casi repasando la jerarquía de los géneros pictóricos durante el Barroco: partiendo de dos autorretratos, se suceden parejas y tríos de pinturas de historia, retratos de santos, vírgenes y damas, para concluir con bodegones. Sólo diecinueve telas entre las que Finaldi se ha permitido ciertas licencias para recrear su relato: el autorretrato de Velázquez -ahora avalado por Javier Portús- tradicionalmente se ha considerado "retrato de un joven", quizás el hermano del pintor; y la Infanta Margarita vestida de blanco, prestada por el Museo de Viena, queda obviamente fuera del periodo sevillano de Velázquez, pero cumple la función de expresar visualmente el tratamiento profano de las Santas Justa y Rufina patronas de Sevilla, procedentes del Medows Museum de Dallas y que, de hecho, podrían ser retratos de hijas de los comitentes, uso habitual en la época. Además, la falta de fechas en muchos cuadros de Murillo allanarían otros impedimentos.



En cierta medida, la importancia de esta exposición radica en acceder a obras no vistas en España hace mucho tiempo, algunas desde que fueron exportadas hace siglos. Así, la Inmaculada de Velázquez, de la National Gallery, junto a la de Murillo, procedente de Kansas City. En realidad, el encargo de esta exposición se origina en el importante papel de Finaldi en el retorno del maravilloso San Pedro penitente de Murillo a su residencia original, el Hospital de los Venerables, sede de la Fundación Focus. No todas las obras tienen el mismo nivel de calidad, pero es muy interesante ver cómo dialogan y muestran las afinidades de Velázquez y Murillo, pese a sus diferencias estilísticas.



En suma, una exposición gozosa y muy evocadora. Entre las telas, imaginamos diálogos también con Ribera, Zurbarán, Alonso Cano, Juan de Valdés Leal...



@_rociodelavilla