Carrying, 1992

IVAM. Guillem de Castro, 118. Valencia. Hasta el 26 de marzo.

La exposición Círculo íntimo: el mundo de Pepe Espaliú salda una deuda en el IVAM. Pepe Espaliú (1955-1993) es, junto al también malogrado Juan Muñoz, uno de los artistas españoles más singulares entre los ochenta y los noventa. Aunque careció de la proyección internacional y el reconocimiento de Juan Muñoz, Pepe Espaliú comparte con éste -más allá de su muerte temprana- una peculiar forma de trabajar la escultura y el dibujo, en parte sujetos a la tradición del arte español, pero también debida a la deriva del posminimalismo. Esa doble vertiente, de más complejo alcance en Juan Muñoz, hizo que el trabajo de Espaliú obtuviera cierto predicamento espacialmente a partir del reconocimiento público de su homosexualidad y lucha contra el SIDA.



Tras la exposición retrospectiva que le dedicó el Museo Reina Sofía y el CAAC en 2003, y la pequeña muestra del MACBA en 1996 (con obras de 1988 y 1989), era, sin duda, el momento para abordar en profundidad el alcance de su trabajo. Este compromiso, que cabría pedirlo a una institución pública, no parece ser del todo la apuesta de la exposición que nos ocupa, limitada más bien a mostrar aspectos conocidos de su trabajo, con 75 obras, desde 1988 hasta Nido (1993). Pese a no ser una retrospectiva, no se muestra la poco conocida época conceptualista de los inicios del artista, tras su paso por Barcelona, o la vuelta a la pintura en la primera mitad de los ochenta. La exposición se centra en temas como la identidad, la enfermedad, el aislamiento o la ocultación, asuntos que, sin embargo, germinan en su pintura anterior e incluso en su época inicial, y que bien podrían verse crecer junto a la obra posterior que destaca en la exposición con un buen conjunto de obras.



Como preámbulo, de entrada, una sala presenta los referentes en Pepe Espaliú con otros artistas. Con voluntad relacional, figuran algunas obras como los fotorrelieves de Duchamp y un vídeo de Bruce Nauman, dibujos de Louise Bourgeois o fotografías de Mapplethorpe, Mariën y Gina Pane que, más allá de una forzada concordancia formal, no acaban de trabar la recepción en los trabajos que luego vemos. Estas influencias, que podrían vincularse más propiamente en la época de formación del artista o incluso más tarde, junto al trabajo expuesto, aquí, en esta sala, quedan apretadas en la penumbra y demasiado apartadas, ya que ni están todos los referentes y no todos los que están podrían entenderse como tales con las obras seleccionadas en esta sección.



El nido, 1993. A la derecha, Máscara, 1988

Más allá de lo preliminar, se abre el telón a través de una densa cortina negra que predice el carácter escenográfico de la exposición en tres salas, donde veremos algunas de las importantes obras de Pepe Espaliú, bien vivas y coleando, aunque la lectura de la exposición nos lleva a recorrerla pensando en la enfermedad y la muerte, el aislamiento y la ocultación. Tramas, que siendo inherentes al artista, redundan en su puesta en escena, pudiendo limitar otras lecturas posibles que no son dolientes en su trabajo, y que tendrían que ver con fuerzas liberadoras y oxigenantes, purificaciones y de catarsis, levedades frente a la pesadez de las negruras, blancos y alumbramientos sobre las penumbras, un sentido poético y trascendente, libre y vital, y elevador del goce sobre la gravedad de aquello que se fija irremediablemente al suelo. Estas cuestiones elevadoras están también en la obra de Pepe Espaliú y, a menudo, cuesta reconocerlas tras el efectismo. También cuesta ver otros asuntos importantes, como las renovaciones de su vocabulario escultórico y dibujado, con narraciones más abiertas que extendieron los márgenes de la escultura; los desequilibrios y estiramientos, levedades y transparencias, juegos de lugar, lo gravitatorio y las metamorfosis.



También los materiales que utilizó, entre otras cuestiones, habría que verlos derivados de la libertad del artista para crear espacios, tras las derivas del posminimalismo y que se reconocen aisladamente. En la segunda sala, las máscaras, los óvalos, entre liviandad, troquelados, alfiles y materiales diversos pasan por rostros y caparazones de ocultación y fragmentos de una identidad experimental y difusa. Hay que destacar aquí la potente obra Paseos de amigos (1993). Alrededor de círculos y lateralidades, una poderosa tercera sala nos hace toparnos con los Carrying, muletas, campanas, corolas y pistilos, y el nido. Receptáculos y estiramientos, desequilibrios y fijaciones ponen los pelos de punta. El extraordinario dibujo de una campana hace sonar el vacío de una caja; unas botas ingrávidas a la fuerza y las corolas empaladas dicen muchas cosas, antes de entrar de lleno en el forzoso silencio de las jaulas en la última sala. Ahí, obras que podrían ir más allá de lo íntimo y autobiográfico, sin dejar de serlo, abrirían caminos aún por transitar en la obra de Pepe Espaliú.